En Proyecto Kahlo somos muy femifans de la gran Malena Pichot, y estamos locas con el súper artículo que se ha marcado para este número de Bodas. No te lo quieres perder, palabrita.
Empecé kick boxing hace un mes, no tengo más ataques de pánico. La relación entre estos dos axiomas es larga, personal y tediosa, pero en parte podría decirse que hace un mes que voy a un lugar donde predominan varones que transpiran y es posible que este involuntario consumo de testosterona sea muy saludable para mi ánimo; o podría decirse también que hace un mes asisto a Chongolandia y esto le hace bien a cualquier muchacha heterosexual o cualquier viejo puto como yo. En la última clase el profesor dijo “hagan sombra”, o algo por estilo, que no escuché bien, pero no pregunto dos veces las cosas, porque el código es bastante diferente al de yoga, donde amablemente te indican que bajes el sacro y respires por la nariz: acá corres el riesgo de perder ambos sacro y nariz. En fin, la consigna era básicamente tener una pelea con el aire, “imaginate que estás peleando con alguien” me dijo muy amablemente «El tanque», un ancho muchacho encantador, que suele reírse con indignación de mi total incapacidad para hacer correctamente las seiscientas mil abdominales. Esto de pelear con la sombra no me salía, los demás tenían muy claro cómo y dónde pegarle al aire, incluso el que había empezado ese día, todos avalados, quizás, por haberse cagado a piñas de verdad al menos una vez o por haber tenido de niños un millón de peleas en su imaginación, jugando a batallas en las que siempre salvaron al mundo en el último segundo. Yo, de niña, paralelamente, estaba jugando a la secretaria, acatando las órdenes de un jefe imaginario. Por lo tanto, si el profesor hubiera pedido que hiciese un cafe imaginario o sacase unas fotocopias imaginarias, lo hubiera hecho a la perfección. Y por esto es en los juegos de la infancia que encuentro el germen de toda la mierda.
Qué poco recuerdo del jardín, y de todo en general, pero sí retengo aquello de “jugar a la mamá” y hasta el día de hoy me da escalofríos ver niñas de cinco años con muñecos de bebés.
Recuerdo que en mi jardín había una pequeña casita de madera que bien podría haber sido usada como fuerte, búnker o nave espacial, pero no, era una casita donde había una mamá, un papá y un bebé. Y el papá estaba allí, generalmente contra su voluntad, a total desgano, cumpliendo su rol, instigado por una compañerita, desesperado por ir a buscar una pelota. No recuerdo haber tenido el rol de madre jamás, pero esto puede ser obra de mi prodigiosa memoria selectiva, borrando lo traumático. Recuerdo mirar desde afuera la pantomima de Andrés, no exactamente jugando, más bien dejando que jueguen a su alrededor y que el contexto lo haga padre. Recuerdo a Vero corriendo a Hernán para tumbarlo finalmente y darle un pico. Porque nuestra gran batalla era y sigue siendo esa, no salvar el mundo, sino conseguirse un tipo.
Ya puedo escuchar la horda de mujeres independientes, artistas y profesionales, indignadas. Tranquilas. Sé que ustedes existen y las amo y no tengo la necesidad constante de aclarar que ustedes existen, pero debemos aceptar la nefasta realidad de que todos esos machistas, que dicen que no son machistas, cuando las conocen a ustedes, mis maravillosas profesionales de más de 30 y sin hijos, y a mí, nos miran con cara de bichos raros, que debiéramos ser exhibidos por el mundo en un frasco. Por lo tanto, que ustedes existan o que yo esté ahora en Brasil con seis amigas de más de 30 que agradecen al cielo no ser madres, no es la norma, ni la media, ni casi nada.
Siempre supe que no iba a casarme, casarme sonaba a quedarme en casa, pedir plata, seguir pidiendo permiso hasta que la muerte nos separe. Antes de cualquier noción de género, casarme para mí era someterme, era seguir respondiendo a un padre, a un jefe imaginario. “¡Ya no es así, ya no es así!”, gritan los indignados que se casaron, más que nada por ser protagonistas de una fiesta o para lograr que sus familiares y amigos les dieran dinero. No juzgo estas ni ninguna de las instancias prácticas en las que casarse es torcer el sistema, como casarse para conseguir un pasaporte, pero nunca me pareció romántico aquello de firmar papeles.
Entiendo que la importancia de ese contrato reside en proteger a una mujer que se dedica exclusivamente a la casa, haciendo un trabajo más que fundamental para el correcto funcionamiento de la sociedad entera, dado que ese hombre que sale a trabajar necesita comer y descansar correctamente, para poder trabajar correctamente y seguir lubricando las ruedas del capitalismo. Pero, por qué el trabajo de ella no es remunerado y se lo considera “amor”, es un misterio (cuando digo misterio digo: es el patriarcado); o por qué las mujeres tenemos asignada esta labor al nacer es otro misterio (o sea: el mismo patriarcado). Ya saltan indignados los machistas de siempre que están seguros de que no son machistas: “¡Ya no es así! Las mujeres trabajan y yo ayudo en la casa”, dándonos la razón una y otra vez sin siquiera darse cuenta, dejando en claro que la labor es nuestra y ellos nos hacen el favor cuando limpian algo.
¿Cuántas neurocirujanas hay? No tantas, pero sí hay muchas dermatólogas, porque pareciera que las carreras también tienen sexo y raza asignados, o quizás sencillamente las profesiones que dan más dinero están reservadas para los suertudos que nacieron con pene, y esto no se trata de sacarle precio o valor a las decisiones de vida, no necesariamente lo que dé más plata sea del interés particular de nadie, los varones también tienen el derecho a desear no ser ricos y poderosos. Da risa, nosotras luchamos por tener independencia y el control absoluto de nuestros cuerpos y a la vez defendemos el derecho de los varones a desear no ser ricos y poderosos. Pero es así. Se trata de que todos y todas podamos decidir nuestro pathos y que este no esté asignado en el momento en que nacemos por lo que nos tocó entre las piernas, y se trata de desenmascarar una cultura que ha disfrazado de amor un trabajo arduo y sin fin como es el de cocinar y limpiar una casa.
Este es el estúpido momento en el que un infrahumano, aterrado por lo que no conoce, intenta explicar esta situación del presente con un ridículo ejemplo del hombre de las cavernas “el hombre salía a cazar y la mujer se quedaba juntando frutos secos y limpiando las tangas de piel de jabalí”. ¡Basta! Somos cultura, no instinto. Y mientras los machirulos insisten rabiosos y llenos de sarna en que el machismo no existe más, son miles las sociedades alrededor del mundo en las que el casarse es un mero intercambio comercial en el que un padre entrega a una niña por dinero o con el cual los hombres de Occidente compran por correo esposas de países pobres, donde los deseos de igualdad, lejos de estar estimulados, son nociones impensables y entonces, ellos, incapaces de igualarse una mujer de su cultura, deciden adoptar una mascota rusa a la que se pueden coger sin necesidad de respetarla.
Por supuesto que hay gente que se ama y considera que firmar un papel o presentarse ante dios en una iglesia es la confirmación de su amor frente a no se qué, leyes o seres superiores, tan infantil como mis jefes imaginarios, y yo ya me di cuento que a eso no quiero jugar más, quiero jugar a salvar el mundo, aunque termine pegándole piña al aire. Para mí, casarse es básicamente un papel que dice “cuando se muera el otro me quedo con todo” y si bien entiendo lo útil que es esto en muchos casos, yo quiero tener todo antes de que el otro muera, casarse es un contrato con el que hace siglos vienen cagando a las mujeres, casarse es un arreglo que no me conviene para nada.
Malena Pichot (@malepichot)
malenapichot.com
12 Comentarios
Malena es cualquiera. Su feminismo es super flojito, y lxs que la escuchamos desde hace años lo sabemos. Su feminismo es para muy poquita gente. Ni siquiera lei toda la nota, la lei por encima, y como siempre, se queda a mitad de camino.
Excelente male, como siempre, totalmente de acuerdo!
Hola a todos, quisiera hacer parte del proyecto Kahlo, es posible? muchas gracias.
tengo una profesion, hijos y marido. todo por eleccion y no es facil. mas bien es un quilombo. no perteneces al grupo de mamis y tampoco te vas de joda sola tanto como los que no tienen hijos. pero tambien existimos. o mas bien resistimos! resistimos a las mamis/papis qeu consideran qeu hay que quedarse mas en casa o dar la teta hasta los 12. pero se puede, se puedo sabiendo qeu hay que pelear y que no es facil. pero si es lo que se quiere hay que hacerlo, pico y pala. y mientras tanto seguir luchando para ser considerado tambien alguien normal. ah y por suerte los hijos ya no tienen juegos de genero si uno se lo propone.
Impecable. Gracias Malena por tus aportes, se han vuelto indispensables. Genia.
Me gustaría ser mujer para poder sentirme un objeto deseado, lástima que me tocó ser varón!
DEJA. DE. JODER. Vete a reflexionar sobre lo que dices cobarde.
Más vale deseá ser un hombre atractivo, dejando de decir estas boludeces lo podés lograr.
Gracias Malena!
Impecable
Me gusta aprender feminismo con el trabajo de Male…sigan publicando más textos!
GENIAL, como todo lo que venga de Malena. Un abrazo.