¿Sabrías cómo elegir un cuento desde una perspectiva de género? ¿Cómo evitamos la reproducción de roles sexistas mientras disfrutamos de la literatura infantil?
Ahora soy educadora social y madre. Y me toca elegir los cuentos para mi hijo o para cualquier personita que cumpla años a mi alrededor. Cualquiera pensaría que no hay nada más fácil que entrar en una librería y escoger un bonito cuento para un niño o una niña. Pues para mí no lo es. Sobre todo desde que conocí la ciencia del cuento.
La ciencia del cuento existe desde hace siglos, pero tuvo un especial auge durante los años 20 del siglo pasado, cuando profesionales de la etnografía, el análisis literario o el psicoanálisis reconocieron la importancia del cuento -oral o escrito- en la cultura del ser humano y en el desarrollo social y emocional durante la infancia.
Los cuentos educan, y eso lo sabemos ya todes. Nos ayudan a identificar emociones y sentimientos. Nos muestran valores como la solidaridad o la tolerancia (con suerte, también la equidad). Nos presentan el entorno en el que vamos a vivir el resto de nuestras vidas y nos explican cómo funciona: desde los mecanismos para que llueva hasta los grupos sociales y sus comportamientos. Nos enseñan cómo representar a una mamá o a un papá con un lápiz y unos colores.
Y, aunque sea bastante deprimente reconocerlo, tenemos que aclarar que en pleno siglo XXI las librerías y bibliotecas infantiles siguen repletas de obras que reproducen los roles de género más tradicionales. ¡Claro! Si el arte, y por ende la literatura, es una representación del imaginario colectivo, ¿cómo no van a ser la mayoría de los cuentos sexistas, si vivimos en una sociedad machista y patriarcal?
Desde que leí a Adela Turín y su análisis de la representación de la mujer en la ilustración infantil, leo cuentos con mis gafas moradas y veo cosas que no me gustan. Si leo a mi hije un cuento de Teo con sus amigos, vemos una escena en la calle en la que los niños juegan a trepar árboles, con una pelota o van en bici, mientras que las niñas, todas con falda, observan sin participar. Si leemos un cuento de hadas, los hombres con poder son benévolos, mientras que las mujeres con poder son maléficas. Si leemos otro sobre una familia de ratitas, la mamá llevará delantal y siempre se representará en la cocina, cumpliendo felizmente con sus quehaceres.
[Os reto a que, a partir de ahora, observéis la representación de los personajes femeninos en los cuentos ilustrados. «Si no llevan falda ni delantal, ¿cómo si no van a saber distinguirlas de los masculinos?» se debieron preguntar los ilustradores.]
Las representaciones visuales también construyen imaginario, tal y como lo hacen en la población adulta las fotografías y vídeos de cine, publicidad o televisión.
Y esto es solo el aspecto formal de la historia. También -o sobre todo- hay que fijarse en el contenido de la trama. A la hora de valorar esto, me gusta tener en cuenta una serie de criterios que vienen a resumirse en esta cita de Virginia Imaz para Emakunde:
Computar la cantidad de los personajes femeninos y masculinos, dirimir su nivel de protagonismo, atender a las descripciones físicas y de virtudes y defectos atribuidas a unas y a otros, revisar las ocupaciones y los ámbitos de relación y de trabajo en los que estos personajes se desarrollan, qué sesgo de género conllevan sus atributos afectivos, si son valorados negativamente, si son indicadores de poder, de subordinación, etcétera, pero sobre todo cómo es el desenlace de la historia, que conducta se premia y cuál se castiga.
En base a todo esto, he decidido contar a mi hije cuentos que muestren muchas formas de ser niña y de ser niño. Cuentos que derriben cajones estancos de esos que nos dicen cómo debemos ser y sentir.
Pero también he decidido no privarle de los cuentos de hadas, princesas, ogros y matrimonios con festín de perdices al final. Porque sé que también le enriquecen con su simbología y su saber centenario. Porque sé que la persona que te lee el cuento es tan importante como todo lo descrito anteriormente. Si yo estoy cerca, mi hije comprenderá que antes había reyes y vasallos, princesas y matrimonios concertados, gente que vivía en la ciudad y mucha que vivía del campo, gente para la que una vaca era un tesoro. Que ahora las cosas son diferentes aquí, aunque en muchos otros lugares siguen siendo igual. Que las mujeres tienen sueños muy diversos, saben hacer cosas muy diversas y son felices con cosas muy diversas.
En nuestra mano está guiarles hacia una visión del mundo más rica, diversa y respetuosa. Pongámosle ganas, responsabilidad, imaginación y, sobre todo, disfrute.
Aquí os dejo mi wishlist para 2017, por si os inspira para vuestres peques. ¡A soñar!
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