Perderse y encontrarse en las relaciones

¿Alguna vez has querido cerrar un libro porque te estaba enfrentando a una realidad que no querías ver? Ana siguió leyendo y nos lo cuenta.

Ilustración de Anabella

Hay libros que te acompañan en etapas importantes de tu vida, y este era uno de ellos.  En su tapa rezaba: “Fina Sanz. Los Vínculos Amorosos. Amar desde la identidad en la Terapia de Reencuentro“.

Su nombre iba y venía en un momento en que no quería escuchar. Oía a compañeras de trabajo hablar de él, lo nombraban en conferencias, lo encontraba citado en libros que ojeaba y lo veía en el cuerpo de amigas cercanas.

Tras un tiempo rondando, mi YO profesional decidió comprarlo. ¿Cómo iba a permitirme no conocerlo moviéndome en un entorno que lo admiraba tanto?

Con esto en mente, fui a la librería de mujeres y lo cogí. Tardé varios días en sacarlo de la bolsa. Cuando por fin lo hice,  al llegar a la tercera página, mis entrañas volcaron pidiéndome que lo cerrara. Pasaron muchos más días hasta que volví a abrirlo.

Por aquel entonces estaba en una relación en la que no crecía, una relación de estas que con el tiempo, dejan de aportar, pero te sostienen emocionalmente (esto no lo supe hasta un tiempo después).

Fue un tiempo  de relaciones en las que me entregaba hasta desdibujarme con la otra persona, en las que renunciaba a mi espacio personal. Eso es lo que descubrí aquel martes con sol en que decidí abrir aquel libro de nuevo. Fina le había puesto nombre a esto que me pasaba, lo llamaba la experiencia de la Fusión y la experiencia de la Separación. Según decía, ambas son placenteras; con la fusión vives el placer de compartir, y con la separación  (que no ruptura), el placer de estar contigo misma. Ambas, igualmente necesarias en los vínculos; la fusión para disfrutar de la otra persona, la separación para desidentificarte de ella, integrar todo lo vivido y entrar en contacto con lo que eres y con tus deseos… Si en una relación viviéramos continuamente la experiencia fusional, no tendríamos espacio para nosotras mismas, para saber qué queremos y qué necesitamos sin confundirlo con las necesidades y deseos de la otra persona. Si en una relación sólo viviéramos la experiencia de la separación, nos perderíamos el placer de compartir. Así, para mantener un vínculo manteniéndonos a nosotras, era importante moverse en ese péndulo en el que estamos con la otra persona, pero a la vez estamos con nosotras mismas y respetamos nuestra propia identidad. “La separación interior permite conectar con la diferencia y el respeto a la diferencia, la libertad interior favorece la fusión. Hay un movimiento de vaivén…fusión-separación-fusión-separación. Una persona que siente su separación, su individualidad, puede fusionarse porque siente el vínculo desde la libertad. Sólo te puedes vincular realmente cuando te sientes libre. Lo contrario quizás se podría llamar dependencia, posesión, simbiosis…”*

Ese martes dejé de leer porque necesitaba respirar para integrarlo…este libro hablaba de mí. Había mantenido relaciones en las que me enganchaba a la experiencia fusional. De esta manera, no reconocía mi individualidad, no estaba a gusto a solas conmigo misma, necesitaba esa compañía porque me aterraba la idea de estar sola, porque había perdido la capacidad de disfrutar de mí.

Por suerte, la última ruptura me permitió darme el regalo de conocerme. Una compañera del trabajo me había hablado maravillas de un grupo de autoconocimiento en el que había participado, así que decidí apuntarme.

Cual fue mi sorpresa, que al llegar a aquel grupo, en la primera sesión, descubrí que seguían algunas de las enseñanzas de aquel libro de Fina que me rondaba. Tuve la tentación de abandonarlo, pero aquella vez, trabajarlo acompañada me dio la fuerza que necesitaba para mirarme adentro.

Mirarme adentro, por lo visto eso era a lo único que me invitaba el libro. Había pasado tanto tiempo sin hacerlo que me daba pavor saber qué había…

A pesar de esto, me dejé llevar. Confiaba en las profesionales que me alumbraban el camino, tenía referencias del buen trato con el que trabajaban, y pude comprobarlo desde el principio. Poco a poco, fui despertando.

Así, empecé a descubrir el placer de estar sin pareja, el placer de tomar contacto conmigo misma, con mi libertad, con mis límites, mis deseos, mis placeres. Fue un tiempo nutricio, precioso, en el que me adentré en mis tripas y empecé a conocer muchas cosas de mí que aún no sabía. También experimenté otras cuantas que no me había permitido en el pasado. Cierro los ojos para intentar describir el color que tuvo esta preciosa etapa… y sólo me vienen millones de colores, de luces, de fuegos artificiales….flores, flores y más flores abriendo sus pétalos…primavera en estado puro.

Pero ahora que había aprendido a quererme, a estar bien conmigo, a respetar lo que soy y a crecer a cada paso…¿ Cómo iba a meterme en una relación sin volver a perderme? Me sorprendí asustándome ante la posibilidad de volver a estar en pareja. Salía de fiesta y cuando conocía a alguien, siempre había algún momento en que empezaba a asustarme. No era siempre igual. A veces me pasaba sólo con una mirada, otras veces después de besarle y otras veces después de acostarme con esa persona. ¿Y ahora qué me pasaba?

Quería respuestas, así que se me ocurrió volver a acudir al libro de Fina.

Busqué un momento tranquilo y reflexivo, algo así como un domingo de resaca. Me tumbé en el sofá y empecé a leer hasta que de repente, el corazón me dio un vuelco…”El miedo a amar”, leí. Respiré profundo, noté que una vez más, el libro había dado en el clavo. “El miedo a anularse, disolverse” “que tú misma/o te anules (tus deseos, tus valores, tu personalidad) para complacer al amado, para satisfacer sus expectativas”. Efectivamente, redescubrir la riqueza de tener mi espacio personal después de no tenerlo…me había provocado miedo a perderlo de nuevo. No es algo que sea inherente a quererte a ti misma, pero en mi caso, así era. Resulta que esa “ley del agrado” de la que tanto oía hablar en foros feministas, también se había materializado en mí. Esta tendencia a educarnos a las mujeres para satisfacer, cuidar a las demás personas, desarrollar la empatía, priorizar el bienestar de las demás personas, no quedar mal, ceder…nos quita la posibilidad de desarrollar habilidades para decir NO. Ahora que me conocía y sabía lo que quería y lo que no, me daba miedo estar en una relación y no ser capaz de negarme a lo que no me convencía. Me había ocurrido varias veces en el pasado, había cedido por no quedar mal, por no estar sola, por no parecer una siesa, por no desaprovechar la oportunidad porque, total… ¿cómo me podía permitir, yo, que valía tan poco, rechazar a alguien que por fin se interesaba por mí?

Así que así era, tal y como decía el libro, me cagaba ante la posibilidad de tener una relación y volver a desdibujarme a mí misma para complacer a la otra persona.

Abrí de nuevo el libro, esta vez con firmeza, con la firmeza que requiere tomar la decisión de aprender y hacer un cambio. Leí: “Un buen vínculo amoroso supone la capacidad de vivir ambos estados en un cierto equilibrio, que puede quedar desajustado temporalmente en momentos de crisis personal o de pareja, para ajustarse con una nueva reestructuración. Para que esas dos maneras de estar interactúen en la pareja, es imprescindible, que a su vez, cada uno de sus miembros sepa integrarlas. De lo contrario, resulta evidente que no se puede compartir lo que no se conoce ni se sabe cómo combinar. Mantener ese equilibrio en la pareja es un arte, no hay reglas fijas. Requiere trabajo personal para desarrollar ese equilibrio y creatividad. Con ello, a veces obtenemos resultados satisfactorios y otras menos, y cuando ello ocurre, de nuevo tenemos que hacer uso de nuestros recursos y nuestra capacidad de intuición y creatividad para reequilibrarnos.

¿Es un arte? Me repetí. Pensé que como todo lo creativo requiere de práctica, podía ponerme a ensayar poquito a poco. Y así continué con este aprendizaje, soltándome a veces, agarrándome otras cuantas, pero siempre, dándome un tiempo para escuchar a mi cuerpo, sabio. Dándome el tiempo que requería tomar una decisión.

Y así fue como volví a colocarme en el dulce vaivén de los columpios de metal de mi infancia: Fusión—Separación—Fusión—Separación—ESTOY CONTIGO—ESTOY CONMIGO.

* Fina Sanz. Los Vínculos Amorosos. Amar desde la identidad en la Terapia de Reencuentro. Kairós, 1995.

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