Se canta, se ve en las películas, se nos dice que los celos son sinónimo de amor. Que cuantos más celos tengamos más estamos queriendo (o al revés). Pero esto no es cierto. Los celos significan muchas cosas pero no son sinónimo de amor.
No es algo habitual en las relaciones sanas. No es algo justificado o justificable. No implica amor, al igual que la falta de celos no implica falta del mismo. No es algo bonito ni halagador.
He llegado a leer y escuchar en diferentes sitios que “si son poquitos, si son en pequeñas dosis, pueden llegar a ser saludables”. Sólo pensarlo me produce escalofríos.
Los celos son miedo.
Y el miedo no alimenta relaciones. Las destruye.
Sentimos celos cuando pensamos que podemos perder a alguien. Esto ya de por sí es algo que tenemos muy interiorizado por el maldito amor romántico, por lo que a veces cuesta verlo, pero hay que preguntarse… ¿que voy a perder qué? ¿A mi pareja? ¿Acaso me pertenece? ¿Es un objeto que me acompaña y puedo extraviar como me podría pasar con las llaves de casa? Visto así suena raro, ¿verdad?
Y es que a veces vivimos las relaciones de pareja como una propiedad, como algo que tenemos, que es nuestro. Nada más alejado de la realidad. Una persona es tu pareja porque quiere. Tú eres la pareja de alguien porque quieres. Nadie te la puede “robar”. Si se va, si se aleja, eso únicamente dependerá de ella.
También sentimos celos cuando no confiamos en nuestra pareja. Si piensas que tu pareja podría “hacer de todo”, “estar con nosequién” o cualquier cosa del estilo si tú no estás delante de ella -y es algo que no te parece bien porque les dos habéis elegido tener una relación monógama- plantéate si quieres estar con esa persona o si esa persona está en el mismo barco que tú.
¿Y si no confiamos porque nosotres no damos esa confianza? Es decir, nosotres hemos elegido establecer una relación cerrada con una persona pero, al mismo tiempo, rompemos ese acuerdo y hacemos lo que queremos, cuando queremos, con quien queremos a espaldas de esa persona. Y entonces surgen los celos. No porque esa persona vaya a hacer nada de lo no acordado sino porque pensamos “si yo lo hago, ¿por qué mi pareja no?”. El clásico “piensa el ladrón que todos son de su condición”. Si te pasa eso te sugiero, para empezar, que te sinceres. Contigo misme y con la otra persona, para que no le traciones ni te traiciones.
“Ya, Marta, pero es que no es eso… es que mi pareja ya me fue infiel y tengo miedo de que lo vuelva a ser”. Apaga y vámonos. Está en tu mano y en la de tu pareja que tengáis una buena comunicación de qué tipo de relación queréis tener y a qué os comprometéis. Porque eso de “perdono pero no olvido” es lo mismo que decir que no le perdonas.
Y ahí entraríamos en el tema del perdón… Muchas veces no perdonamos cosas ya no tanto por lo que haya pasado sino por lo que pensamos que dice de nosotres al hacerlo. Además, si no hay confianza en la pareja, falta uno de los pilares más grandes y las probabilidades de desplome son muy altas. Nadie construiría una casa sobre dos palillos chinos y luego se sorprendería al ver que éstos no aguantan el peso. Si quieres compartir tu vida con esa persona hazlo sin reticencias. Sin miedo. Sin mierdas.
Los celos afloran cuando no nos queremos. Cuando ese 12% que todes tenemos de cosas horripilantes, lo sentimos como un 100%. Cuando pensamos que cualquier persona es mejor que nosotres. A ver, obviamente el mundo es muy grande y es difícil que no haya una persona que sea mejor que tú en alguna o en muchas cosas. ¿Y? Pero no eres tú. Lo que pasa es que si sólo nos vemos “peros”, si todo se nos hace cuesta arriba, si creemos que todo el mundo vale más que nosotres mismes, es inevitable que pensemos que cualquier opción va a ser mejor que la nuestra. Pocas cosas hay tan ciertas en esta vida como que para que alguien te quiera como eres -con tu 12% monstruoso incluido- primero tienes que ser tu misme quien te quieras.
Los celos surgen cuando tenemos miedo a que nos dejen. Y aquí ya no hablo tanto de la pérdida de un amor sino, más bien, el miedo a quedarnos soles. El miedo a que, sin esa persona a nuestro lado, no seamos nadie. No nos quieran. No nos valoren. No cuenten con nosotres. Volveríamos al punto anterior: quiérete. Quiérete para estar bien contigo.
El límite entre los celos y la pareja controladora se difumina entre películas de Hollywood y canciones que están en el número uno. Hay una exaltación de los celos, de lo “bonito” de ellos y tras un “puedes coger mi móvil cuando quieras, no tengo nada que esconder” lo que realmente se esconde es control. Una violación de nuestra privacidad. Porque si mi respuesta es “mi móvil es mío y no tienes porque cogerlo”, según esa teoría, ¿lo que te estoy diciendo es que yo sí tengo algo que ocultar? Ni muchísimo menos. Pero cositas como esas o como el “a ver qué ropa te pones”, “con quien vas”, “¿quién es ese/a?” etc. lo que esconden es control. Puro control.
Los celos no son amor.
Los celos pueden ser un medidor de este, sin embargo. Pero no por lo que estamos acostumbrades a oir sino porque a más celos menos amor. Propio o hacia el otro pero menos amor, al fin y al cabo.
No dejes que los celos se conviertan en ese mosquito que te despierta todas las noches al pasar por al lado de tu oreja. No dejes que muevan tu vida ni que guíen tu relación.
Los celos alejan. Los celos consiguen que se haga realidad todo aquello que tememos y no queremos.
Que el miedo no maneje tu vida.
Quiérete.
Quiérele.
Y hazte querer.
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