Una Frida comparte con nosotres esta reflexión. Sentir es un derecho que más de una vez nos negamos a nosotres mismes.
Y es después de tener este día y reflexionar, que me viene una bocanada de aire en medio de mi ahogo. La desesperación de sentir, de dejarme sentir, de no condenarme por sentirme triste, enojada, angustiada; De no reprocharme y decir que soy una malagradecida porque hay personas en este momento en medio de conflictos de guerra y yo probablemente nunca viva eso, o porque hay otras personas en este mundo que la han pasado mil veces peor que yo y ahí andan agradeciéndole a la vida, mientras que yo me siento como la alfombra sucia del piso por mi mal día.
Pero no, no minimizo lo que siento, lo expreso, lo vivo, me lo permito y luego lo resuelvo. Hablo de que muchas veces se nos priva del esencial derecho a sentir. Porque con frases prefabricadas envueltas en escarchas y unicornios del tipo “viniste a ser feliz, no te distraigas”, “la vida es muy corta para estar triste”, o mi favorita en un sentido muy sarcástico “uno aprende a ser feliz cuando se da cuenta que estar triste es perder el tiempo”, no puedes sentir. Claro que con este bombardeo de frases de autoayuda, de las que diría un coaching, añadido al incesante acoso de la publicidad por ser feliz, se nos mete entre ceja y ceja, que si no somos felices, el problema somos nosotres.
¡No, carajo! Y no hago con esto una oda a la tristeza ni a una posible depresión, ni tampoco digo que la vida tenga que ser un ir y venir de sentimientos displacenteros o de sentirse mal todo el tiempo, de hecho, me parece una excelente meta el procurar sentir un estado de placer y de armonía con las emociones, independientemente de la situación que se atraviese.
Es muy lindo, sentir alegría la mayoría del tiempo, pero eso podría convertirse en un proceso en la vida; como por ejemplo el procurar tener mejores estrategias para tener ese estado de felicidad y no la obsesiva meta de ser feliz en sí, que, si no la lográs estás mal y punto, porque ¡ay de vos! que te atrevás a sentirte triste, enojada, estresada, en este mundo que en teoría te da todo para sentirte extasiada de felicidad y más.
No se debería (soy enfática en la palabra impositiva debería) tener una obsesión por conseguir la felicidad sí o sí, cueste lo que cueste. Sino une falla.
Muchas veces se deja de lado, que los momentos difíciles y los días difíciles, nos hacen más fuertes, más segures, más confiades de todo lo que somos capaces de hacer. Esos momentos te enseñan, te forman, te empoderan.
Y lo más importante: Hasta de los malos ratos se saca algo bueno, hay que disfrutar y vivir y sentir la felicidad, pero esa no debe ser la única emoción que nos permitamos sentir, por eso yo pienso y siento que deberíamos de querernos cada día un poquito más y darnos el permiso y el derecho a sentir.
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