Un nuevo paro de mujeres en Argentina

Los femicidios son reconocibles por gran parte de la sociedad: ya nadie puede hacer pasar el asesinato de una mujer como un hecho más. Pero, ¿baja la estadística por ello?

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Ilustración de Ori Chalbaud

No es nada nuevo decir que el concepto de femicidio es una consecuencia directa y necesaria de la exponencial visibilidad que los asesinatos a mujeres por parte de hombres han tenido en los últimos tiempos. Cuando históricamente hablábamos de «crímenes pasionales» o «crímenes por celos», la lucha de las diferentes agrupaciones feministas ha servido para concientizar tanto a la sociedad como a una parte de los medios sobre el hecho de que este tipo de crímenes no pueden igualarse a ningún otro.

En el caso de Argentina, el término femicidio se ha convertido en una parte más del vocabulario común y corriente. Todes somos conscientes de lo que significa (aunque hay sectores reaccionarios de la sociedad que como siempre se rehúsan a utilizarlo) y las diferentes normativas que obligan a los medios a informar sobre los variados canales de asistencia a víctimas de abuso o violencia machista son parte de nuestro día a día.

Sin embargo, podemos preguntarnos si con eso alcanza para detener la violencia machista e impedir que mujeres, chicas, adolescentes sigan muriendo a manos de hombres violentos o como los conocemos informalmente, «hijos sanos del patriarcado». Claramente, las estadísticas no sólo no bajan sino que aumentan y se vuelven más y más tétricas porque por lo menos en estas tierras el promedio de mujeres muertas aumenta sin detenerse (los registros varían de entre 35 a 18 horas por cada nueva mujer asesinada). Si nuestro objetivo es construir una valoración diferente sobre las mujeres y las minorías de género en nuestro país, evitar que sigamos muriendo e ir camino hacia una sociedad más segura para nosotras también, cabe pensar… ¿por qué ante toda esta lucha los números de mujeres que mueren en estas condiciones siguen creciendo? 

No hay una única respuesta a esta pregunta y si empezamos a pensarla claramente se nos estruja el cuerpo de miedo, de tristeza, de desazón. Lamento decirlo en estos términos que tal vez pueden sonar muy duros pero para las mujeres no hay salvación posible. Al menos dentro de los canales de funcionamiento conocidos de las grandes sociedades.  No hay elemento o característica de tu ser que te proteja frente a esta situación o te mantenga a salvo. Claro, hay mujeres que podemos estar menos expuestas a este tipo de situaciones pero ni siquiera la condición económica, el origen racial, el físico, la inteligencia o el rol de poder que una mujer pueda tener nos sirven de escudo para no vivir experiencias desagradables e injustas. Ni siquiera las famosas más reconocidas internacionalmente están a salvo.

En la semana pasada (más exactamente el miércoles 7 de diciembre de 2018) se llevó a cabo en Argentina un importante paro de mujeres con movilización y participación de cientos de miles de mujeres en todo el país que reclamaron ante la injusta y absurda sentencia absolutoria de los asesinos de Lucía Pérez. Este caso, que no deja de aterrorizarnos por lo violento y cruel, fue el origen del Primer Paro de Mujeres en 2016 y disparó en nuestro país en gran modo la conciencia entre las chicas jóvenes (y no tanto) sobre la importancia de crear espacios colectivos de lucha, de asociación, de asistencia. Sabemos y nos damos cuenta que el Estado nos deja solas, no nos protege y que la justicia es patriarcal porque no está preparada para resolver situaciones oscuras y porque se compone de hombres defendiéndose entre sí y utilizando explicaciones como que los asesinos habían comprado una chocolatada y facturas para merendar, razón por la cual establecieron que no había intenciones de hacer doler a Lucía, es decir que esa actitud no coincidía con el comportamiento de un homicida. ¿Entienden el por qué es cada vez más claro el concepto de «hijo sano del patriarcado»?

La muerte es una condición natural de la vida. Allí donde hay vida siempre hay muerte porque nada de lo vivo es infinito. Sin embargo, cuando la muerte de les integrantes de un grupo o sector social es el resultado de una pulsión de poder y de violencia, cuando nos convertimos en una «estadística» (sabemos que las muertas no son sólo números) que nos pone los pelos de punta y cuando para muches es un elemento más de la vida comunitaria, debemos darnos cuenta que estamos ante un problema muy grave.

Las cientos de muertas asesinadas dejan siempre, además de una vida cruel y abruptamente interrumpida, un rastro de otras vidas que se ven alteradas a partir de su ausencia.  Familias enteras que deben acomodarse a una lucha y a reclamos que se hacen eternos y llenos de padecimiento, hijes, hermanes, padres, amigues, que injusta y terriblemente deben aprender a vivir sin esa madre, tía, abuela, amiga o hermana que ya no está. Nada de esto está bien, es normal ni es tolerable. 

Nos sigue causando gracia que para el supuesto sentido común popular y de gran parte de la población que no se ve comprometida con la lucha feminista las que participamos de este tipo de reclamos y movilizaciones sigamos siendo tildadas de feminazis, violentas, agresivas y asesinas. Somos justamente nosotras quienes sufrimos la violencia en el cuerpo, en la mente, en nuestras emociones y formas de vincularnos. No es un miedo imaginario; es real, es palpable y se siente cada vez que te cruzas a un hombre y que interactúas con un desconocido. 

¿Será que tal vez debamos empezar a dejar por escrito cuál es el modo en el que preferimos morir para no sufrir tanto, para por lo menos sentirnos libres de poder elegir nuestra muerte? Ojalá no sea necesario. 

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