Cecilia nos habla -acompañada con una hermosa ilustración de Yolanda- sobre la lucha de América, de la Abya Yala y de una de sus lideresas más poderosas: Adriana Guzmán.
Mucho se ha sabido, visto y escuchado en las últimas semanas sobre la crítica situación social de Latinoamérica: los pueblos se han levantado contra los poderes para resistir a los abusos de los más encumbrados. En Ecuador primero, en Chile luego y en Bolivia con más desesperación los sectores populares han logrado mantener viva la llama de la protesta y del descontento. En el caso particular de Bolivia encontramos al mismo tiempo grupos de resistencia que organizados buscan hacerse oír frente a quienes han decidido que un gobierno popular se debía terminar y que no han encontrado mejor manera de hacerlo que a través de un claro y digitado golpe de Estado.
Nombres nuevos aparecen en la escena política para quienes miramos todo con tristeza desde la lejanía: desde quien se apropió del poder de un modo ilegítimo, la actual presidenta provisional Jeanine Añez, hasta un incontable número de líderes y lideresas populares que hacen frente al avance del neoliberalismo desde los colectivos indígenas del interior de Bolivia. Entre elles, debemos mencionar a Adriana Guzmán, lideresa feminista que forma parte del movimiento Feminismo Comunitario Antipatriarcal de Bolivia y que es una de las voces actuales más interesantes en lucha contra el nuevo poder auto-instaurado.
De origen indígena, Adriana Guzmán es una de las referentes más elocuentes que posee hoy el feminismo en Bolivia. Su lucha no es reciente sino que data de hace muchos años y su colectivo, el ya mencionado FCAB, es parte importante de la lucha por la construcción de una sociedad más justa para las mujeres. En estas últimas semanas, al trabajo por la igualdad entre hombres y mujeres en el acceso a la producción, a la riqueza y a los derechos, a este tipo de colectivos se les sumó la responsabilidad de luchar por la vuelta a la democracia popular, un tipo de democracia que los sectores poderosos blancos en Bolivia (y en general en toda Latinoamérica) nunca han querido respetar ni tolerar.
Una de las cosas de las que Adriana siempre habla es de la importancia de mencionarse, de nombrarse para existir. En un mundo que quiere a las disidencias en silencio, a les oprimides callades y ocultes, las mujeres aymaras en Bolivia entendieron hace ya un tiempo que reconocer les ancestres que corren por sus venas es uno de los primeros elementos para tener entidad como sujetes polítiques. Son hijes de aymaras que sufrieron el colonialismo en carne propia y es su tarea continuar con esa lucha para honrarles.
No es casual que, tal como ocurría con Marielle Franco en Brasil, Adriana se autopronuncie lesbiana, aymara, feminista y perteneciente a la Nación Qhara Qhara (una de las que precede a los Estados impuestos artificialmente sobre el territorio de la Abya Yala por los blancos europeos). Todas estas definiciones son hoy en día un acto político, una revolución en sí misma, una huida desde las casillas construidas por otres hacia la libertad de la identidad propia y colectiva. Es transformar lo que históricamente estuvo prohibido, callado, mutilado como Tupac Katari, en la fuerza que da sentido a nuestras vidas.
A más de 4000 metros sobre el nivel del mar, la ciudad de El Alto es cuna del grito indígena más potente en oposición al poder blanco. Desde allí sus habitantes decidieron comenzar a bajar hasta al ciudad de La Paz en una impresionante y decidida marcha colectiva. Lo hacen en defensa de Evo Morales, pero también en defensa de la propia vida y de la dignidad indígena. Permitir la consolidación de los sectores blancos en el poder bien puede significar la muerte para elles. Y quinientos años de dominio sirven como muestra de que la muerte puede tomar muchas y variadas formas.
Allí es donde Adriana Guzmán alza la voz para que se sepa internacionalmente lo que está ocurriendo. Desde actos de racismo y barbarie contra les hombres y mujeres del MAS (movimiento político al cual pertenece Evo Morales y que se encontraba en el poder en el momento del golpe de Estado) hasta la destrucción del mundo conocido entero, las afrentas son múltiples y nos hablan de un odio enraizado bien dentro. Un odio que fue históricamente desprecio y que se convirtió en una bronca irracional cuando los blancos vieron con sus propios ojos llegar al poder al primer presidente indígena.
Dejemos algo en claro: Adriana, como tantas otras lideresas del feminismo en Bolivia, tiene críticas para hacerle a Evo. Pero entiende, porque en eso se le va la vida, que esa no es la urgencia cuando las fuerzas armadas y los grupos paramilitares están matando a su lado compañeres y ciudadanes que han cometido un único pecado: tener la piel de color y llevar en su sangre la herencia indígena.
Adriana Guzmán tiene en claro también que los sectores de poder tienen todo a su favor: además de los recursos económicos, cuentan con el apoyo de las fuerzas armadas. También cuentan con el sostén de los medios hegemónicos de desinformación que violentan con mensajes e injusticias una realidad ya lo suficientemente indigna de vivir. Por eso ni Adriana ni ninguna otra persona que quiera transformar la vida de los pueblos americanos en algo más justo sabe que debe bajar los brazos: recurrir a la comunicación permanente, pasar el mensaje de lo que se vive en las calles, en los pueblos, en el interior más impenetrable por los blancos «civilizados».
Esta luchadora sabe, como saben muchas otras que lo viven a diario, que el capitalismo, el neoliberalismo y el patriarcado son sistemas ideológicos que van de la mano explotando y creando generaciones de dolientes, de padecientes, de sumises, de dominades. La explotación que sufren las mujeres es doble además porque en la mayoría de los casos no son dueñas de sus recursos económicos, los que muchas veces ellas mismas contribuyen a generar. Las mujeres son realmente las más vulnerabilizadas en una América capitalista, colonizada y patriarcal. Así, conmueve hasta el núcleo más profundo del ser ver a las cholas del interior de Bolivia movilizarse con tanta convicción, con sus cuerpos pequeños acostumbrados a agacharse, enfrentarse a les que siempre tuvieron todo a su favor y dominio con la seguridad y el valor que muchas de nosotras claramente no tendríamos en la misma situación.
Les indígenas y sus descendientes, quienes todavía ponen toda su energía en recuperar aquella tierra usurpada y dominada por los blancos, llaman al continente americano Abya Yala, un nombre que tiene varios significados o traducciones posibles. En ninguna de ellas se esquiva la idea de lucha. La Abya Yala es un territorio soberano y digno y actualmente se vive en ella una época de mucha zozobra, devastación, explotación. Los derechos fueron arrasados como cuando el fuego creado por los sectores poderosos destruye los bosques nativos. Las cotidianeidades se han vuelto más oscuras y llenas de incertidumbre. Les vulnerables han perdido mucho de su dignidad en manos de quienes anunciaban a viva voz preocupación por sus vidas pero que hicieron con sus manos tanto por destruirles.
La Abya Yala grita, llora, sangra, suda. La energía está puesta en la lucha, en la búsqueda de justicia, en la defensa de la soberanía. Los pueblos y los sectores populares estrechan lazos a través de todo el continente como se estrechan dentro de el organismo las venas que conectan con el corazón. La energía de la Abya Yala está en movimiento. Y de eso, nada puede permanecer igual.
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