Cecilia nos invita a reflexionar sobre qué pasa cuando viajar o sentirnos lejos del hogar nos hace sufrir. ¿Por qué la distancia puede ser a veces un sentimiento que nos oprime?
Tenemos el privilegio de ser espectadoras de una época de muchos cambios y transformaciones. Estamos viviendo en carne y alma cosas que nunca antes pensamos posibles. Sin embargo, seguimos al mismo tiempo inmersas en una realidad que no deja de exigirnos, crearnos imposiciones y estándares que cumplir. Ya mucho se ha hablado en Proyecto Kahlo sobre los estándares físicos, el modelo de cuerpo que nos haría sentir más felices y los patrones de belleza que marcan nuestra cotidianeidad.
Pero las imposiciones que recaen sobre nosotras no son sólo físicas sino también actitudinales. En estos tiempos tan revueltos muchas veces el mensaje de libertad planteado por el feminismo puede ser cooptado por el consumismo, por la necesidad de siempre pertenecer, por una supuesta libertad que a muchas, entre las que me incluyo, nos genera mucha ansiedad, frustración e impotencia.
Existe en las últimas décadas una tendencia a vivir la posibilidad de viajar como un derecho adquirido y vaya que lo es para las mujeres. Viajar solas, acompañadas, con la pareja, con amigas o un grupo de varias personas, con gente que conocés en los lugares que visitás. Viajar es en un alto grado un acto social: implica necesariamente interactuar con gente nueva y desconocida. También implica, obviamente, un determinado poder adquisitivo y cierta libertad, ambas cosas características de muchas mujeres jóvenes, profesionales, que no tienen ataduras familiares o responsabilidades maternales, etc. Hasta aquí estamos todes de acuerdo en que viajar y conocer el mundo es lo que nos permite abrir la mente, aprender más, tener una predisposición diferente hacia lo distinto a mí.
Sin embargo, como ocurre con muchas otras propuestas de la época, el viajar también puede convertirse para muches en un fenómeno que genera ansiedad, que hace sufrir más que relajar y que puede causar angustia a grandes niveles. Si partimos del hecho de que para poder viajar hay que contar con dinero, ya de por sí entenderemos por qué muchas personas pueden sentirse mirando afuera, mirando el espectáculo de las playas y de las ciudades milenarias externamente, casi siempre a través de las pantallas de nuestros celulares y las redes.
Ahora, no todo se trata sobre el dinero o la ausencia del mismo. La distancia puede fácilmente convertirse en un tema difícil de resolver. La distancia puede generar sensaciones de incertidumbre, de angustia, de tristeza, de nostalgia. Incluso de extrañamiento, esa sensación rara que nos hace mirar nuestro alrededor con cierto desapego, como si estuviéramos atrapades en un cuerpo que no es el nuestro. La distancia también puede causar una importante sensación de pérdida de control que nos lleva a la angustia por sentir que estamos lejos del mundo que conocemos y que no sabemos cómo hacer para volver a él.
Sabemos todes y tenemos bien claro que nuestras vidas modernas están nutridas de manera permanente por el aporte cultural de muchas sociedades. Probablemente quienes aquí escribimos y quienes nos leen somos casi todes hijes de un mundo ya globalizado, por lo cual no es novedad esta idea de ser «ciudadane del mundo». La cuestión es que vivir en una sociedad con tales características muchas veces nos puede hacer sentir que tenemos que cumplir con esas expectativas entre las cuales ser una persona viajada, conocedora del mundo es sinónimo de éxito personal. Y eso, como toda imposición social y cultural, puede causarnos dolor cuando nos damos cuenta que, una vez más, caemos por fuera de los parámetros de lo que se espera de nosotres.
Es claro que la distancia emocional es algo que también podemos sentir estando en lugares conocidos donde de repente notamos que quienes nos rodean todos los días son absolutes desconocides. Quiero sumar a esa idea la noción de que no siempre viajar, subirse a un avión o a un auto son eventos que todes disfrutemos por igual. Dejar nuestro hogar, tener que planear medios de transporte, prepararse para tener todos los documentos y papeles necesarios, estar extra atentes a situaciones complejas, son todas cosas que crispan fácilmente los nervios. Y si a eso le sumamos encontrarnos de repente en un lugar donde todo funciona sin que nosotres lo entendamos o sin que nos sintamos parte, pues nuestro stress, nuestro sufrimiento puede llevarnos a picos de mucha angustia.
No quiero decir con nada de esto que viajar esté mal, obviamente. Me gustaría que pudiéramos reflexionar sobre cómo el mundo en el que vivimos no hace más que plantearnos reglas a seguir, roles que cumplir, expectativas que alcanzar y lugares a los que llegar para sentir que hacemos algo con nuestra vida. Del mismo modo que no se nos permite disfrutar de un momento de ocio sin sentir que estamos perdiendo o desperdiciando el tiempo, lo mismo ocurre si no tenemos la posibilidad de viajar o si no disfrutamos de estar lejos de casa.
Muchas veces nos enredamos en estos pensamientos, nos sentimos incompletes, inútiles, fuera de tendencia, frustrades o insatisfeches. Tal vez es hora de que empecemos a reconocer hasta dónde podemos dar, hasta dónde nos hace bien y cuándo nos empezamos a sentir a disgusto. Del mismo modo que hemos avanzado en pensar y repensar nuestras relaciones, también podemos comenzar a reflexionar sobre lo que podemos y no podemos o no queremos hacer, lo que nos hace bien y lo que nos hace sufrir. Somos muy distintes todes y cada une de nosotres puede armar su propio camino, a veces el viaje hacia nuestro interior, reconocernos mejor es ya de por sí un hermoso viaje a realizar.
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