Todes sabemos que estamos viviendo una situación excepcional. Histórica. El mundo se ha detenido. Y esto no es poco decir si nos referimos al mundo humano, que nunca se detiene y que nos fuerza lamentablemente a tener que seguir funcionando casi sin parar toda nuestra vida. La pandemia del COVID-19 ha hecho (y continúa todavía haciéndolo) estragos en muchas partes del mundo. Las ciudades más importantes y dinámicas se encuentran hoy en pleno stop, como si se tratara de pueblos fantasmas como Canterville.
Sin embargo, y muy a pesar de todes quienes intentamos luchar contra la fuerza del patriarcado, hay cosas que siguen ocurriendo. Hablamos de la violencia machista, violencia de género ejercida por parte de hombres hacia mujeres y disidencias. Esta violencia no se ha tomado descanso. No sólo eso, sino que podríamos decir que se ha intensificado.
Ante la imposición de cuarentenas más o menos rígidas según la parte del mundo de la que hablemos, los hogares se han transformado en estos últimos tiempos en el único espacio habitable ya que los ámbitos laborales, los espacios exteriores, las reuniones y el contacto cotidiano con otras personas son todas realidades que por lo menos por el momento se han cancelado. Esos hogares pueden ser para muchas personas el espacio donde se pueden sentir cómodas, a gusto. Pero para muchas mujeres y disidencias, ese es justamente el lugar donde en más peligro se pueden sentir, especialmente si la convivencia implica compartir el tiempo con un hombre violento y agresivo.
Es muy loco estar viviendo lo que estamos experimentando porque, si alguien nos lo hubiera preguntado tal vez el año pasado, nunca hubiéramos pensado que fuera posible detener todo, vaciar las ciudades y recluirnos en nuestras casas por semanas y meses. Eso, que a la mayoría de la población planetaria le parecía imposible y que ha caído como una urgencia ineludible ante el avance del coronavirus, es hoy, en este momento, mientras estás leyendo estas líneas, la realidad. Y esa realidad puede no ser la soñada.
En el caso de Argentina, por ahora por lo menos, los datos sobre femicidios en lo que va del 2020 más que duplican los casos de fallecides por contagio de COVID-19. 86 casos contra cerca de 40 respectivamente. Ese primer dato no tiene lugar en los medios como sí lo tiene una permanente actualización de contagiades, enfermes, recuperades y pacientes en terapia intensiva debido al virus. ¿Qué quiere decir esto? Por lo menos dos cosas: la pandemia de la violencia machista sigue bien en alza en nuestro país, nada la detiene. Ni siquiera otra pandemia. Y por otro lado, que ese dato deja de ser importante o urgente para quienes comunican 24 horas al día los 7 días de la semana.
Es claro entonces que la desesperación y la angustia que una mujer normalmente siente al convivir con un hombre violento (sea su pareja, su padre, un familiar cercano o un vecino) en este contexto de encierro y aislamiento social se potencian. Se intensifican. Se vuelven aterradoras.
A esto hay que sumarle el hecho de que en épocas de paranoia y contagio la sociedad puede volverse más hostil y el pedido de ayuda puede quedar en la nada frente a vecines y cercanes que están principalmente preocupades por mantener distancia, permanecer recluides y preocuparse por su propio bien antes que el de les demás. Quedamos solas. Quedamos aisladas. Vulnerables frente a un predador que siempre está y que ahora se envalentonó por un contexto que es mucho más adverso.
En este sentido, gracias a la existencia de un Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad en nuestro país, se ha puesto casi desde el principio de la cuarentena la mirada sobre esta situación de urgencia: esperar que las mujeres se recluyan con violentos en sus propios hogares. Así se han implementado ciertas políticas tendientes a sostener a aquellas mujeres, disidencias, niñas y niñes que puedan estar enfrentando situaciones de violencia intrafamiliar. Por un lado, se refuerza el uso de la línea telefónica 144 que ya existía antes de la cuarentena y que está destinada a recibir llamados por hechos vinculados a la violencia de género. Dicha línea funciona en todo el territorio de la Argentina y sus representantes están preparades para asistir a víctimas, contenerlas y ayudarlas a salir de tal realidad a través de medios que el mismo Estado brinda.
Al mismo tiempo, se reconoce que en tiempos de encierro con un hombre violento, hacer una llamada y hablar frente a un interlocutor distante puede no ser opción para aquellas mujeres que se encuentren bajo permanente control. Así, también se han habilitado números de Whatsapp que sirven para que las víctimas de tales situaciones puedan comunicarse sin tener que hablar o enunciar oralmente aquello que viven. Estas líneas son: (+54) 1127716463 / 1127759047 / 1127759048.
Por otro lado, desde el Ministerio se ha trabajado en conjunto con hoteles gremiales y sindicales para que puedan servir de hospedaje a aquellas mujeres o familias que deban abandonar sus hogares frente a situaciones de violencia.
Por último, dos campañas más se han sumado en este sentido y tienen que ver con hacer llegar información útil y asistencia de manera disimulada a mujeres que pueden estar perseguidas u hostigadas por hombres. Una de ellas es la campaña que el mencionado Ministerio junto a farmacias han lanzado en los últimos días y que implica la solicitud en los mostradores de dichos locales de un «barbijo rojo«. Esto se establece como código y clave para que la víctima pueda hacerse entender aún estando en presencia del hombre que la violenta. Les empleades de farmacias están ya capacitades y preparades para actuar ante tal solicitud y acompañar a la mujer que pida ayuda de ese modo.
La segunda campaña es la que viene llevando hace ya unos días la Fundación Avón Argentina, brindando información específica para mujeres en aislamiento bajo peligro. En sus redes (clickear aquí) pueden encontrar información útil y además han compartido videos en los que se nos invita a ponernos auriculares para escuchar una supuesta receta de cocina y que en realidad muestra un mensaje de audio en el que se nos marca que querer vivir tranquilamente es nuestro derecho además de compartirse recomendaciones sobre cómo actuar para romper ese encierro.
En tiempos extraordinarios como los que estamos viviendo, reforzar los lazos de acompañamiento y sostén para todas aquellas mujeres y disidencias que puedan estar viviendo situaciones de violencia, abuso u hostigamiento es esencial. Las redes de sororidad son las que nos pueden salvar de una muerte preanunciada y que además nos permiten sentirnos asistidas de muchas maneras diferentes. Tanto la pandemia del machismo como la del COVID-19 pueden generar altos niveles de estrés y angustia, desolación y soledad. Estemos juntas en el aislamiento.
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