Una idea en sí misma, que apenas la escuchas nombrar te llega al corazón, María Elena Walsh tiene un peso extraordinario en la cultura argentina. Esta artista de una imaginación interminable marcó y sigue haciéndolo aún hoy la infancia de generaciones y generaciones de niñes que crecieron escuchando su dulce voz cantar canciones de cuna, de juego o de mundos fantásticos. Aún de adultes, muches seguimos emocionándonos al pensar en los mundos del revés que salían de entre sus labios cada vez que cantaba.
María Elena Walsh fue hija de inmigrantes y nació en el año 1930 en la localidad de Ramos Mejía, en la provincia de Buenos Aires. Desde chica mostró mucho interés por la escritura y por poder expresar de diferentes formas todo aquello que sentía, que observaba, que el mundo le mostraba a su paso. De su madre tomó la pasión por la naturaleza mientras que de su padre heredó la facilidad para la música. Aunque sus propios recuerdos de su infancia y adolescencia nos hablan de historias felices, en una familia numerosa, la realidad es que le tocó vivir una época en la que las mujeres todavía debían hacer un gran esfuerzo para ganarse un lugar en cualquier profesión que quisieran desarrollar. María Elena, encima, eligió dedicarse al arte.
Del jardín, soy duende fiel, cuando una flor está triste
La pinto con un pincel y le toco el cascabel
Canción del Jardinero (1963)
Comenzó con poemas que de vez en cuando veían la luz en revistas o publicaciones. A sus jóvenes 17 años publicó su primer libro de poesía: «Otoño Imperdonable». Pero su especialidad fue la música, oficio que la llevó a Estados Unidos y a diferentes partes de Europa para mostrar a esos lejanos públicos algo del folklore y de la canción popular argentina. Junto a su gran amiga Leda Valladares, recorrieron el viejo continente haciendo viajar consigo mismas sus versos y coplas. En sus versos podemos encontrar numerosos elementos de la flora y la fauna argentinas que nos hablan de su facilidad para la contemplación lo bello de lo silencioso, aquello que está allí y sigue vivo siempre en un interminable ciclo, como el famoso Jacarandá y sus violetas flores:
Al este y al oeste
Llueve y lloverá
Una flor y otra flor celeste
Del Jacarandá
Canción del Jacarandá (1966)
En la década de 1950 comenzó a dar sus primeros pasos en la composición de canciones infantiles, algo que la marcaría para siempre y que la transformaría en una de las partes más importantes de la cultura argentina. En esas canciones, personajes únicos e inolvidables aparecerían en escena contando sus desventuras. No hay niñe que no haya crecido sin conocer a Manuelita, la tortuga viajera, la Reina Batata, Don Fresquete o mundos como el bosque de Gulubú o el infinito Mundo del Revés. Sus producciones infantiles continúan aún hoy prolíficamente educando y musicalizando los despertares de familias, escuelas, infancias.
Pero María Elena Walsh, a pesar de estar vinculado con ese mundo de niñes, colores y personajes de fantasía, fue mucho más que una cantautora infantil. Artista en todo sentido, fue desde siempre una mujer extremadamente sensible, creadora, increíblemente infinita en todas sus versiones, humilde y comprometida con su profesión. Además de su gran producción de poemas y escritos destinados al público adulto, María Elena también fue hija de una época en la que las libertades femeninas no eran algo común. Desear ganarse un lugar por sus propios logros no era algo que el mundo de los ’50 y ’60 fuera a facilitarle como sí lo podía hacer con cualquier artista masculino. Ella, sin embargo pudo.
María Elena fue siempre, toda su vida, una persona tímida y reservada. Gabriela Massuh, quien escribió la biografía de la artista titulada «Nací Para Ser Breve» y elaborada en base a una serie de numerosas entrevistas que mantuvieron cuando María Elena padecía un avanzado cáncer óseo, formó parte de su vida amorosa. Las dos mujeres se conocieron en París y el mágico aura que rodeaba a la artista hizo que inmediatamente decidieran compartir sus días. Aunque la relación no prosperó en el tiempo, Gabriela quedó para siempre marcada por la presencia de María Elena y por eso, el amoroso vínculo que mantuvieron hasta los últimos días de la cantautora les permitió escribir las memorias que hoy todes podemos conocer.
Gabriela no fue la única mujer que habitó la historia personal de María Elena Walsh. La fotógrafa Sara Facio fue su pareja hasta el día de su despedida final de este mundo, el 10 de enero de 2011. Juntas compartieron el amor al arte, a las diversas expresiones artísticas y a la creación de imaginarios mundos felices. Dejaron marcado un camino de inolvidable y potente coraje en tiempos en los que el lesbianismo debía ser ocultado, negado y evitado como si de una enfermedad se tratase.
Sólo quiero tu casa de ternura,
vivir en su calor.
Eres el mar y la orilla segura
porque el único viaje es el amor.
El Viaje, en Otoño Imperdonable (1947).
No escapó tampoco a la toma de posiciones frente a eventos históricos y políticos que la rodeaban: fue profundamente crítica de la dictadura militar de 1976 y llegó incluso a renunciar a seguir tocando en público mientras los eventos de esa época siguieran pasando desapercibidos.
Sin necesidad de hacer de su vida privada algo público, u objetivo de la exposición, María Elena Walsh nunca negó su identidad y lo maravilloso de sus hermosas creaciones es que pudieron quedar para siempre grabadas en la memoria colectiva. Dedicada absolutamente a su profesión, a la naturaleza, a los seres indefensos y pequeñitos, aquellos que poblaban sus canciones y a quienes se destinaba gran parte de su esfuerzo, María Elena Walsh fue una mujer valiente, preciosa, poseedora de una luz que por siempre irradiará en cada uno de nuestros recuerdos.
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