Juntas somos más fuertes

Una conexión, un embarazo, un «amigo» que no está, un descubrimiento de quien sí está. Irina, una Frida, nos comparte su historia personal que seguro sirve a más de una. Gracias por tu generosidad.

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Ilustración de Yolanda

Les quiero compartir una anécdota personal, una que no es fácil de contar pero que espero que ayude a otras mujeres que estén pasando por situaciones parecidas.

Esta historia comenzó hace algo más de un año, durante mi primera semana en Londres. Imagínense a una muchacha de veinticuatro años, que a pesar de la edad no ha vivido mucho y siempre ha sido una loba solitaria. Esa era yo, cuando todavía creía en las historias de amor donde llega el hombre perfecto a rescatarte de tu vida miserable. En ese punto de mi vida fue cuando conocí al que creí que era mi media naranja, spoiler alert: no lo era. 

Era un muchacho alto y gracioso, le vi tocando la guitarra y me cegó completamente con sus canciones y sus bromas, el rey de las fiestas. Me enamoré, e invertí demasiado tiempo en intentar que él me viera con los mismos ojos con los que yo le veía a él. Afortunadamente, por el camino también conocí a mujeres maravillosas, que más adelante se convertirían en las heroínas de esta historia. 

Tras muchas aventuras, borracheras y lágrimas por fin conseguí la atención que deseaba de este chico. Cocinábamos juntos, dormíamos juntos, caminábamos de la mano y todas esas mierdas románticas, pero ojo, como amigos. No era exactamente lo que yo buscaba, pero me pareció mejor eso que nada. Hasta que lo inevitable pasó, me quedé embarazada porque mi yo inocente de entonces creía todo lo que él decía y él me dijo que si tenía la regla no me podía quedar embarazada, ups. Nos hacía falta un poquito más de educación sexual, sí. Al principio sólo se lo conté a mis mejores amigas, porque no sabía qué hacer, ¿debería abortar y pasar página?, ¿o quizá tener al bebé por miedo a perder a este chico?, ¿o alejarme de él y ser madre soltera? Ah, porque no les he contado algo importante, mi “amigo” tenía novia. No, no le estaba poniendo los cuernos, simplemente ambos eran poliamorosos y ella era una chica francesa que se la pasaba viajando. 

La opinión de mis amigas -que no estaban cegadas como yo- fue unánime: aborta, no seas tonta. La (in)decisión del chico fue que era mi cuerpo, por lo tanto él no tenía voz ni voto, qué conveniente eh, porque si no recuerdo mal un hijo es responsabilidad de dos, no de uno. ¿Y mi decisión? Pues ni idea, era la primera vez que no podía ignorar el problema hasta que desapareciera, al menos por no más de nueve meses. Acabé por pedirle consejo a mi madre. No voy a mentir, fue difícil, pero es cierto lo que dicen, no se le puede ocultar nada a una madre, ella ya lo intuía. Tras una larga conversación finalmente ambas coincidimos en que lo mejor era abortar. 

El aborto es legal y gratuito en Inglaterra, así que a pesar de que fue un proceso estresante, por fin llegó el día en que tenía el tratamiento que necesitaba en casa y estaba lista para comenzarlo. ¿Qué pasó? Que mi “amigo”, el que me dijo que iba a estar ahí para apoyarme tanto si decidía tener al bebé como si decidía no tenerlo, se olvidó de mí en cuanto regresó su chica francesa. Así que ahí estaba yo, sola (o eso creía), con el corazón roto y embarazada.

Entonces la realidad me dio una cachetada: no todo se reduce al príncipe azul que me rescata o a mí sola y amargada. Cuando estaba tirada en mi cama gritando y llorando por el dolor, quien estuvo ahí para sujetar mi mano no fue ningún hombre, fue una amiga; quien me trajo comida cuando no me podía ni mover para ir al baño, fue otra amiga; quien vino a mi cuarto con chocolate y buena vibra para animarme, otra amiga. Quienes estuvieron ahí cuando el dolor físico pasó pero me quedaba superar el trauma por el aborto y el sentirme abandonada por el chico al que amaba fueron mis amigas (y un par de amigos también).

Han pasado unas semanas desde mi aborto, y todavía sigo lidiando con las heridas emocionales, pero la pasada noche organizamos girls night en mi casa, unos cuantos snacks y botellas de vino en un ambiente donde nos sentimos seguras. Fue lo que necesitaba. Compartimos nuestros sentimientos entre risas y bailes toda la noche.

No soy la única que ha abortado y por supuesto tampoco la única a la que le han roto el corazón, y oye, no me alegro de que ellas hayan pasado por lo mismo pero me alegro de que todas nos apoyemos para resistir lo que sea.

Todavía no soy la mujer que quiero ser, pero soy más fuerte de lo que pensaba, estoy bien y vamos a estar bien juntas.

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Irina Daleska, 25 años

Venezolana viviendo en Londres

Instagram: @irinadaleska

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