¿Sueles filosofar? ¿te planteas preguntas? ¿y si hacerlo te llevase a conocer mejor tu esencia y lo que quieres que sea tu vida? Marta filosofa sobre ello a partir de la ilustración que creó Anabella.
“No lo pienses mucho que no lo harás”, “no le des vueltas”, “haz lo que sientas”.
A veces, mensajes como estos, no solo ayudan sino que son necesarios. Son esa pequeña palmada en la espalda que nos impulsa a avanzar. El empuje que necesitamos cuando el miedo y las inseguridades son quienes nos retienen y nos anclan en un momento, lugar o situación que, nos guste más o menos, sentimos como segura.
En otras ocasiones, esos mensajes hacen que tengamos miedo a pensar en o sobre algo. Parece que si tienes que pensarlo ya no es genuino, si quieres darle una vuelta a las opciones que tienes lo único que vas a hacer es terminar rotando sobre tu persona y no llegar a ningún sitio pero ganarte un mareo.
Enfrentamos razón y corazón. Pensamientos y pasiones. Abrazando lo segundo, dando una connotación negativa a lo primero. ¿Puede que ésta sea una dicotomía a veces inexistente? ¿Podemos pensar sobre nuestras pasiones y hacer que la razón sea impulso del corazón o viceversa?
Yo creo que sí.
El nacimiento de la psicología viene cargado de magia y filosofía.
Le llamo magia y podría también llamarse sabiduría, ya que los orígenes de esta ciencia no son otros que les chamanes. Brujas y brujos, hechiceras y hechiceros, llámalos como quieras. Chamanes que utilizaban el opio y otras drogas para llevar a las personas a otros niveles de conciencia, para ayudarnos a caminar hacia nuestra esencia.
Y filosofía porque en la terapia aprendemos a filosofar, a pensar para conocer, conocernos y, a veces, reconocernos.
Al final, llegamos al mismo punto: permitirnos divagar, sin juicios, para saber qué queremos y cómo nos sentimos. Para permitirnos ser.
Poder pensar y barajar opciones sin tener la presión de caminar hacia algún sitio, sin el objetivo del movimiento, tan solo el de la contemplación. No dejar el filosofar solo para la toma de decisiones sino abrirlo al cuestionamiento, al aprendizaje. Debatir sobre diferentes temas, recorrer distintos caminos en la imaginación, cerrar los ojos y sentirnos.
Entender y aceptar que en la vida no todo tiene una respuesta clara y evidente, que podemos permitirnos pensar por el mero hecho de “estirar” nuestra mente, de ampliar la imagen que tenemos del mundo. Filosofar para ponernos en otros lugares, en otras personas. Para empatizar. Filosofar para pausar ese exceso de información y estímulos que nos llegan por todas partes y encontrar un momento de calma, paz, desconexión y tranquilidad.
Dejarnos llevar por la corriente de pensamiento.
Lanzar preguntas al aire que son muy grandes y, a veces sentimos inabarcables, pero que nos enseñan mucho. Porque no requieren de una respuesta clara, urgente e inamovible. Podemos tirar de preguntas generales como ¿qué es la vida?, ¿qué es lo real?, ¿existe la justicia?, ¿y la libertad?, ¿tenemos realmente libre albedrío para actuar?.
O preguntas que quizás nos pueden acercar más a lo que somos.
- ¿Qué cambiaría de este mundo si pudiera?
- ¿Haría algo de manera diferente si nadie me viese?
- ¿Qué es lo que me hace sentir más feliz?
- ¿Cuál es la emoción que menos me gusta sentir?
- ¿Cómo se titularía mi autobiografía a día de hoy? ¿me gusta ese título o preferiría otro?
- ¿A qué tengo miedo?
Poder hacerlo a solas o con alguien -amistades, familia, terapeuta- nos puede llevar a ver más opciones, a llegar a respuestas, a entender nuestra realidad.
Sea como sea, filosofar nos lleva a abrir puertas y ventanas que a veces creíamos cerradas o de las que desconocíamos su existencia.
Y eso, eso sí que es magia.
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