Mireia, nuestra Frida filósofa, realiza una interesante reflexión en «voz alta» sobre la comunicación actual entre las personas: unidireccional y de estilo monólogo.
A veces siento que me estoy convirtiendo en una mujer de otro tiempo a pasos agigantados pues me siento feliz por no tener Instagram (al fin me di cuenta que mi personalidad adictiva no podía gestionar bien estas redes sociales). Y tentada estoy, ¡no te creas!
Claro que me gustaría deslizar fotos llenas de espacios educativos, recetas de cocina, libros y revistas interesantes, recomendaciones de viajes, gente feliz. Gente Feliz. Gente feliz. Gente feliz.
Gente feliz haciendo cosas.
Yo hago cosas y creo que soy feliz la mayor parte de mi tiempo pero no comparto nada de eso. No sé si esta actitud me convierte en egoísta o en precavida. Al fin y al cabo… qué vergüenza mostrar mi día a día. Te digo: es de lo más corriente pero con algún filtro y mi sonrisa pues, oye, resultón puede quedar.
Como te decía. La red que muestra a gente feliz haciendo cosas está cargada de monólogos. ¿Te has dado cuenta? Hace años, en una asignatura que ya no recuerdo, se me hizo evidente que la comunicación no es unilateral. Yo había visto tantas veces el típico esquema EMISOR-MENSAJE-RECEPTOR que mi cabeza explotó un poco. ¡Pues claro! ¿Cómo no me había dado cuenta antes? Quien recibe el mensaje se involucra en la comunicación, retorna su propio mensaje e incluso reinterpreta el anterior.
¡BUM!
¿Cómo te quedas profe de la EGB? Que aquí no solo hablas tú, que yo también formo parte del esquema de forma activa.
De esta forma se abre un mundo donde la comunicación es compleja y llena de matices. Te puedo contestar, reprochar, alabar, criticar, preguntar e incluso, ignorar. Todas estas respuestas formarán parte de la comunicación. Una comunicación que parece estar desapareciendo en nuestros días pues el privilegio lo posee quien habla delante de la pantalla.
Habla, habla, habla… siendo consciente desde el primer momento que no va a escuchar nada. Imagino que para hacer este ejercicio debe imaginar a un «auditorio perfecto» que diríamos en filosofía. Dar al REC e imaginar que quien lo reciba lo hará con ganas, interés y sin cuestionamiento alguno.
El retorno, si lo hubiera, se configura como desigual. Puedo escribir una réplica en los comentarios pero será una más. Mientras su vídeo es visualizado al por mayor, mi comentario quedará allí escondido. Puede bien ser que resulte directamente ignorado por la persona aludida.
Y así me quedaría yo. Esperando réplica y con el peligro de ser tachada de «hater». ¡Hater? ¡No! ¡que me gusta dialogar! Solo es eso. ¿Recuerdas lo del esquema? Que a este paso nos convertiremos en un mundo dividido entre «haters» y «palmeras». Palmeras de quien da palmas, no de plantas.
Que lo mismo te digo de Whatsapp y su modo de voz. Que me encantan mis monólogos con mi gente. Me gusta tanto que, a veces, me lo pongo para escucharme a mi misma repetir lo que acabo de decir. Pero, vamos, que lo piensas bien y parecemos un poco bobas con tanto Walkie-Talkie.
Que ya se empieza a notar la pereza de querer hablar con según quién y es más fácil mensaje de voz y ahí lo dejo. Que ahora se puede reproducir más rápido, ¡acabáramos!
Así estamos. Y ya me tienes a mí, mujer de otra época, reflexionando sobre esto y temiendo la destrucción de la sociedad Occidental. Exagero. Pero algo hay.
No siempre fue así. Hubo un tiempo en que me entusiasmé con la irrupción de la cultura audio-visual en nuestras vidas. Lo veía como la continuación contemporánea de las sociedades corales griegas dónde el conocimiento se construye a través de la palabra hablada y el diálogo. Nada escrito. Donde cada cual aporta su posición y conocimiento para ir moldeando un relato coral, compartido y conocido por todas las partes implicadas.
Bueno, que tampoco venía yo para quedarme en un extremo, pero que sí es una cosa que me da vueltas por la cabeza. Esta cabeza de chorlito que me está quedando desde que parí a mi amor más profundo y desconocido. Un año y medio de crianza exclusiva y monólogos dirigidos a un interlocutor de 76 cm de altura.
Que empiezo a entender que mi mala memoria, mi poca organización y mi nula conversación interesante podría ser por falta de diálogo con adultes. Total, que ahora que me veo en más de una ocasión posicionando lo que quiero transmitir a mi cría, me viene a la cabeza decirle: quédate con quien puedas conversar.
Eso es lo que quiero transmitirle. El placer de la comunicación entre personas. Como podemos construir universos con palabras compartidas. Hay personas a las que escucharías embobada toda la vida, y hay otras con quien hablas y hablas y hablas sin cansarte. Gozando de todos los temas que van surgiendo.
Fatema Mernissi en su libro El harén en Occidente nos avisó a nosotras, mujeres soberbias occidentales, de cómo éramos miradas en nuestra cultura: hemos sido silenciosas o silenciadas. Un mero cuerpo al que admirar, usar, poseer o abusar. Mernissi hizo con su texto algo único hasta el momento, nos dijo: así sois, así os vemos desde Oriente. Y rompió nuestro trono occidental y prepotente.
Sherezade, la de la narración original, lo tenía claro: la única forma de seguir viva era usar de forma magnífica su mente. Ella es sabia, lúcida y con el don de la palabra. ¿Quién puede resistirse a una personalidad así?
Dicen que los arquetipos ayudan a construir nuestra civilización pero yo no veo este arquetipo por ninguna parte en Occidente. Veo a la bruja, a la puta, a la madre… pero ni rastro de Sherezade. Tendremos que reivindicarla. Que sea. Que la gente sepa que existe. Que somos así.
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