¿Te puedes casar conmigo? No es una pregunta ingenua. Detrás de ella se encierra nuestra identidad, nuestros derechos y nuestros reconocimientos como parte de la comunidad LGTBI+.
Hace tiempo leía una noticia sobre dos mujeres lesbianas de unos 90 años que tras 72 años de noviazgo, por fin, se casaban. Me invadió una gran ternura (me suele pasar con la gente mayor, en general), pero esa imagen de esas dos señoras nonagenarias, sentaditas cada una en su silla de ruedas, cogidas de la mano felices, celebrando su amor… fue demasiado.
Hoy, varios años después de esa imagen, me da por pensar en las cosas prácticas de su vida diaria. Si Alice se ponía enferma y tenía que quedarse ingresada en el hospital, ¿qué hacía Vivian? ¿En el trabajo pedía días de vacaciones o por asuntos propios? ¿Y si hubieran querido tener hijes? ¿a nombre de quién poner a la criatura: de Vivian o de Alice? ¿Cómo hubiera sido ese momento de llevar al registro su bebé y tener un libro de familia donde una de las dos no existe? Simular ser madres solteras, vivir de puertas para dentro y de puertas para fuera, estar en el punto de mira. Ahora que ya están casadas, me entristece pensar que los beneficios legales que vayan a conseguir sean tras la muerte de una de ellas. Cuando Vivian o Alice mueran, van a poder heredar los bienes de su pareja y también tendrán derecho a una pensión por viudedad. Han conseguido con “amor y trabajo” como ellas dicen, que su relación siga tras 72 años. Y es ahora cuando la ley hace de su amor algo visible, en derechos y obligaciones. No sé a vosotres pero a mí a estas alturas, ya me daría igual. Toda mi vida he estado luchando para que me vean como una igual, para que se me trate como al resto, para que en el médico, en la frutería y en el banco me miren como a les demás. Ahora que me voy a morir, ¿qué va a cambiar? Vale, vale, de acuerdo: algo ha cambiado. Y es que por fin, me he casado con mi mujer. Hemos celebrado nuestro amor, hemos compartido como cualquier pareja que nos queremos y eso, para nosotras, es mucho. ¿Es eso lo más importante? Para nosotras sí, lo hicimos y lo celebramos… Las luchas, para les que venís detrás.
En España llevamos celebrando el matrimonio homosexual desde hace once años. Once años es mucho tiempo, si nos comparamos con otros países del mundo que ni se lo han planteado. Le daré las gracias a ese señor Zapatero, que una vez que fue presidente, luchó para modificar el código civil y que se aprobara la ley que permitía el matrimonio entre personas del mismo sexo. La ley fue publicada el 2 de julio de 2005, y el matrimonio entre personas del mismo sexo fue oficialmente legal en España el 3 de julio de 2005. No fue algo fácil, la Iglesia católica y los partidos de la derecha se opusieron, se manifestaron e intentaron que esa ley no fuese aprobada. No contentos con eso una vez entrada la ley en vigor, el Partido Popular, en plena rabieta, fue a reclamar al Tribunal Constitucional (en plan “a mamá vas”). Gracias al sentido común, éste les dijo que nones: 8 votos a favor y 3 en contra. La gente se manifestaba con grandes pancartas que decían que el matrimonio es la unión de un hombre con una mujer, y que la familia no puede estar constituida por parejas del mismo sexo. Sin embargo, antropológicamente, el matrimonio es una institución social (algo que sirve para ordenar la sociedad) donde se genera un vínculo entre las personas que lo forman. ¿Por qué entonces no puede existir la unión entre dos personas del mismo sexo? ¿Quién lo dice? ¿Dios? ¿La Iglesia? ¿El propio miedo a lo diferente? ¿Nuestra historia? Todavía hay quienes no entienden que las personas LGBTI+ quieran casarse y disfruten de los mismos derechos. Supongo que nunca se han parado a pensar cómo se sentirían si tuvieran prohibido casarse, si no pudieras ponerle tu apellido a tu hije, o si a tu pareja le pasa algo no poder hacer nada: ni hospital, ni pensión, ni herencia, NADA.
En 2005 yo cumplía 20 años. Tampoco sabía nada sobre qué significa casarse. Sólo la idea romántica del matrimonio: toda la parafernalia y poco más. Hoy, con 30 años, no sé si me casaré algún día. Pero hoy, quisiera celebrar con vosotres que puedo casarme SI QUIERO.
¡Viva la igualdad de derechos! ¡VIVA!
¡Viva el amor! ¡VIVA!
¡Viva la diversidad! ¡VIVA!
Que se besen, que se besen, que se besen…
1 Comentario
excelente reflexión, y sí, definitivamente es un orgullo saber que en algunos países ya se ha conquistado una lucha de tantas… la chamba es reproducir esos pequeños segundos de victoria desde nuestras trincheras de lucha. ¡Saludos!