Suena el despertador. Lo apagas y te hundes de nuevo en la almohada. No tienes ni idea de qué hacer con tu vida.
Normalmente cuando nos levantamos ya sabemos lo que hacer: desayunar, recoger, trabajar, hacer algún recado… Pero nos importa mucho más otra cosa: ¿qué queremos hacer con nuestra vida?
Ahora que estamos en petit comité me gustaría decir algo. Este afán nuestro por buscar siempre lo perfecto se nos está yendo un poquito de las manos. Nos hacemos tantas preguntas, queremos saber tanto, queremos absorber tanta información, que nos estamos olvidando de qué supone en realidad vivir. Estamos viviendo tanto en nuestro cerebro que hemos olvidado el cuerpo, la tierra, lo suave, lo lento, lo que se siente bien o mal en la barriga. Por mucho que pasemos las tardes buscando información en Internet sobre qué decisión tomar, nadie va a salir de la pantalla, zarandearnos por los hombros y contarnos qué debemos hacer. Para saberlo hay que salir a la calle, embarrarse las botas y ver cómo se siente.
Además de salir al mundo y ponernos a probar todo lo que se nos ocurra, creo que hay algo que hace el proceso mucho más fácil y efectivo para saber lo que queremos y es conocernos mejor antes de empezar. ¿Cuánta gente conoces que haya elegido un oficio que le gustase? Yo muy poca, y creo que sé por qué: nadie nos ha enseñado a conocernos antes de decidir, así que elegimos en base a lo que creemos que nos dará seguridad, a lo que nos han contado que hacemos bien, a la imagen que tiene nuestra familia de nosotres… Así, ¿quién va a acertar?
Sabemos cuánto medimos y cuánto pesamos pero no tenemos ni idea de cuáles son nuestros rasgos de personalidad, los trabajos que nos estresan, los que nos dan calma o las personas que nos resultan más o menos agradables. Me pongo de ejemplo. Empecé a estudiar periodismo porque me gustaba escribir, pero nunca tuve en cuenta que era una persona introvertida y con la necesidad de buscar calma cada día. Elegí en base al criterio equivocado, pensando de forma muy simple, que ser periodista era una gran idea si te gustaba escribir. En cambio, lo acertado hubiera sido conocer primero mi personalidad, que choca de frente con el estrés, la sobreestimulación y la disponibilidad total que supone el periodismo.
No nos conocemos. No nos conocemos nada. Las formas más rápidas que conozco para empezar a conocerse son los test (Enegrama, Myers Briggs, nivel de introversión y extroversión…). Eso sólo es el principio, luego viene la vivencia, el conocer cada recoveco de nuestra piel, con qué vibramos y con qué nos apagamos. Para eso se me ocurren otras estrategias menos convencionales:
Vivir en la naturaleza. Resulta que a mí nunca me había gustado la idea del campo, yo soy una persona de mar. ¿Qué pinto en medio del verde y del frío? Hasta que tuve que vivir como au pair en medio del campo rodeada de ovejas, perros y gatos y sin transporte público conocido. Sorpresa. Me gustaba pasear en botas de agua, saber qué flores nuevas aparecerían en la hierba, comer cosas de temporada y saber cómo crecían. Luego me di cuenta de que muchos años antes, en España ya estaba enganchada a todos los programas de la tele sobre gente que vivía en el campo, sobre las cosechas, el abono… No tenía ni idea de por qué los veía, pero me fascinaban. Claro, todo encajaba, pero no me había dado cuenta hasta que no lo viví. La naturaleza es una gran consejera. Siempre nos ayuda a bajarnos los humos, a entender por qué hacemos las cosas, a saber lo que es importante y a sentir de verdad. Además, está demostrado que pensamos mejor cuando estamos cerca de ella y que nos ayuda a sentir menos cansancio, estrés y ansiedad.
Aprender nutrición. A menudo elegimos para alimentarnos lo que las multinacionales nos cuentan que está bien, pero no experimentamos qué es lo que de verdad nos nutre y necesitamos. Las personas que conozco que más saben sobre su nutrición son las vegetarianas y veganas. De hecho cuando empecé a reducir mi consumo de carne fue cuando aprendí cosas que pensaba imposibles: que la leche no era la reina del universo, que las almendras y el brócoli tenían calcio, que un plato de garbanzos me aportaba proteínas de calidad, que el hierro de las legumbres se absorbe mejor con vitamina C, y así una lista interminable de cosas que nadie me había explicado nunca. Saber cómo nutrirnos es fundamental para la claridad mental, para la buena energía, para llevar una vida más feliz y tomar mejores decisiones. Hay que dar buen combustible a esa máquina que nos lleva a todos lados y en la que pocas veces pensamos como herramienta de cambio.
Olvidar la vida sedentaria. Si no te gusta el deporte, es que no has probado lo suficiente. Creo firmemente que hay al menos un deporte para cada persona. Saca el concepto deporte de la caja y piensa en grande, porque sólo en las olimpiadas se pueden ver 42 deportes y no están incluidos el surf, el yoga, la danza del vientre, el senderismo… La cuestión es que hay que probar hasta encontrar. A veces nos venimos abajo porque sólo probamos lo que le gusta a todo el mundo. Por ejemplo, correr está de moda; pero a mí salir a correr me resulta aburrido e incómodo, hasta el punto de que vuelvo a casa más apagada de lo que salí. ¿Qué pasaría si sólo hubiera probado eso? En cambio haciendo yoga me divierto contorsionándome en silencio y me da igual repetir un movimiento mil veces porque siempre quiero aprender más. Si no nos movemos, darán igual las decisiones que tomemos. Si no conectamos con nuestro cuerpo y aprendemos todo lo que podemos hacer con él, nunca nos conoceremos del todo; y así, ¿quién puede tomar buenas decisiones?
Cambiar de escenario. Si llevas un tiempo pensándolo, vete. No sé cuántos artículos habré escrito en esta revista sobre lo mismo, pero no puedo evitar repetirme. Hasta que no te ves sola en un país nuevo, y mejor si no se habla tu idioma, no sabes cuáles son tus límites, de quién te gusta más rodearte, a quién y qué exactamente echas de menos, de lo que eres capaz y lo que no te vale la pena hacer o mantener. Creo que siempre volvemos con las ideas más claras cuando cambiamos de escenario, incluyendo compañía, idioma, o trabajo. Se puede viajar por mucho menos ahorrándote el hotel (Couchsurfing), cuidando pequeños seres (au pair) e incluso trabajando en una granja a cambio de alojamiento (Wwoofing). Así que, si tienes disponibilidad, tienes opciones de experimentar.
Lo dejo en estas cuatro ideas, deseando que puedas poner al menos una en práctica y ver cómo te sientes. Creo que es muy útil tener herramientas para desbloquearnos cuando estamos en medio de un cruce de caminos y no sabemos muy bien para donde tirar. Autoconocimiento, paciencia, y apegarnos un poquito más al cuerpo y a la tierra, eso nunca falla. Cuando entendamos que las opciones para ser felices son infinitas, ¿qué hago con mi vida? pronto será una pregunta que sólo nos hará sonreír.
1 Comentario
¿Como hacen? Siempre le pegan en el blanco cuando ando buscando respuestas exactas. Muchas gracias por aportar sus ideas. Yo ando en este momento viendo como resuelvo mi vida. Gracias de nuevo por aportar un poquito de luz cuando una anda perdida. Namasté