Cumplir años no tiene por qué querer decir que tengamos que tener una vida estable y llena de seguridad. Julia nos cuenta que es posible volver a la adolescencia a los 30.
En septiembre cumplo 30 años. Hace más de 4 años que no tengo pareja estable. En los últimos tres años he vivido en nueve casas diferentes. Después de años de formación, trabajo en dos tiendas de ropa. Aún sintiéndome preparada para tener una relación, esta no ha llegado y yo no la he buscado. No tengo coche, no tengo casa, no tengo planes más allá del otoño.
Y me encanta.
Como dice Monstruo Espagueti en estas frases pegajosas y vitales:
- Si, tengo más de 30
- No, no he pensado en casarme
- No, no estoy buscando el niño
- Si, ya sé que el tiempo pasa
- Si, soy un puto barco a la deriva
- Si, soy el demonio
- Y ME ENCANTA
¿Somos responsables de nuestro devenir? Por supuesto que sí, somos responsables de las decisiones que tomamos, de las cosas que dejamos atrás, de las personas con las que elegimos estar. Pero me parece crucial recordar que el azar también está ahí, y forma parte de nuestra vida tanto como nuestras elecciones racionales.
Quizás, con casi 30, estemos más cerca de haber encontrado un balance. Entre la rapidez de los 20 y la quietud que suponemos a los 40, disponemos de una década completa para explorar(nos). 10 años, o toda la vida, para construirnos de manera consciente. Porque los 20 son tiempo de experimentar, de aprender, de tropezar y volverse a levantar. Yo me veo cumpliendo 30 igual de vital que con 18 pero con muchísima más información sobre mi entorno y sobre mi misma a mis espaldas.
¿Por qué se supone que al llegar los 30 tendríamos que haber logrado determinadas cosas? Como una cierta estabilidad vital. A fin de cuentas, en los tiempos que vivimos, ¿qué mierdas es la estabilidad? Tengo poques amigues que puedan definir sus vidas como estables. Hay un monstruo acechando siempre: el del cambio, el despido, la pérdida de la casa, la subida del alquiler, el pago de las facturas…
Ese monstruo, en mi caso, se ha hecho mi amigo. Escribo esto muy lejos de mi casa. Una fuerza me movió a venir aquí. Pero no era sólo mi cuerpo el que la generaba; era también una situación social difícil. La falta de estabilidad me empujó a despedirme totalmente de lo conocido. De perdidos al río. Si no tenía de dónde agarrarme, ¿por qué no saltar al vacío?
Somos responsables de nuestras vidas, pero creo que pensarnos en una corriente de influencias puede ayudarnos a sentirnos menos presionades, menos culpables, más libres. A lo mejor eso son los 30, una parada simbólica en el camino. El salto hacia adelante es grande. Se cambia un 2 por un 3 y una erre pasa a acompañar el sonido de nuestra edad. Un sonido más contundente, que requiere de una fiereza especial para ser pronunciado.
¿Por qué no vivir los 30 como una nueva adolescencia, un nuevo florecimiento? Ni con 18 ni con 30 tenemos por qué tener claro qué buscamos, a qué aspiramos. A lo mejor la aventura se acaba cuando, por fin, lo descubrimos. Mientras no cese la búsqueda, podremos seguir guiándonos por nuestro deseo, que es tan finito como nosotres deseemos que sea.
Si tienes 30 y, como yo, no sabes muy bien qué va a ser de ti, no te sientas responsable de todo. Hay cosas en la vida que acontecen fuera de nuestro radio de control, y eso está bien. Lo importante es fluir, y también preguntarse, reñir, exigir, pelear, descansar.
No sé muy bien qué significa estar en casa, pero tengo claro que por el camino conoceremos muchos hogares. Un hogar puede ser una persona, un bar, una cafetería, una playa, un grupo de amigues o una casa. Lo importante es disfrutar del camino, porque el recorrido es la única cosa segura; el camino es la vida.
Nuestro cuerpo ha florecido, y puede que estemos en el punto álgido de su crecimiento. Ahora podemos expandirnos, experimentar con él, amarlo, cuidarlo, compartirlo de manera mucho más consciente, disfrutarlo. Nuestra vida se expande y seguimos formando parte del mundo, sea donde sea. El trabajo, la casa, el coche… esas son sólo circunstancias.
Los libros, las puestas de sol, las cervezas, las películas, los desayunos en compañía, las sonrisas y las lágrimas, los abrazos, las personas, la música. Esas son las cosas que verdaderamente nos conforman. Cultivémoslas, ahora, con 40 y con 90.
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