Un relato y algunos recuerdos, para celebrar el día mundial de la radio.
Otro día más. U otro menos, según se mire. En casa. Es lo que toca, lo único que conoce y capitanea. Su cocina.
Igual que ella.
Ella también estuvo siempre ahí. Desde que llegó. Ese aparatito que en un primer momento dudó si le sería de alguna ayuda. Menudo disparate.
Ahora no imaginaba su vida sin ella.
Todas sus vidas.
Las que ella le susurra al oído.
Aún te quiere alguien, Teresita… Enciéndeme.
Se dejó llevar por sus sentidos. Primero, el olfato quiso liderar sus sueños. El aroma de la fabada que empezaba a formar su espuma de mar nacarada en torno a la pota invadió sus fosas nasales. Miró dentro. El agua azafranada, que tantas veces había creado para alimentar a su familia, borbotaba como la sangre hirviente de alguna antigua diosa. Cerró los ojos. Tambores y cuernos que llaman al derramamiento de vísceras. Vientos gélidos que agitan las ramitas que pertenecen a futuros árboles de mar, dragones que braman enfurecidos entre olas. Cánticos procedentes de dos religiones que se entrechocan en un caos de metal, una lucha sin sentido. Esa mujer que la arropa emitiendo guturales que solo pueden provenir del vientre de una madre; granjera, guerrera, ama de su casa. Como ella.
Aún te quiere alguien, Teresita…
…Jadeos. Corre. No te pares. Aún nos están persiguiendo. ¿Cómo hemos podido llegar a esto? El mundo se desmorona sobre nuestras cabezas sin ni siquiera saber qué ofensa hemos ejercido sobre esos seres de otros planetas para querer destruirnos de este modo. Las alarmas están desatadas. El presidente llama a la calma mientras los tentáculos avanzan arrastrándose hacia mí… Los presidentes siempre llaman a la calma. Pero yo soy una mujer de acción. Yo, y solo yo, tengo la solución a esta invasión. Yo soy la protagonista. Yo… El presidente habla de un golpe de estado…
Espera, Teresita, ¿han interrumpido la emisión con las noticias?
Golpe de estado.
¿Ya son las dos? Y tú sin pelar las patatas…
Aún te quiere alguien, Teresita…
…Bajo las hojas que se mecen suavemente y el susurro del río, el contrabandista y yo nos refrescamos tumbados sobre la poca hierba que queda en el estado. Sus ojos sagaces destacan brillantes entre el sucio rostro oscurecido por el carbón de la mina. Los caballos resoplan un poco más allá. Nuestro futuro es un imposible, pero ahora poco nos importa. Nos besamos apasionadamente y…
—La abuela está así otra vez.
—Deja a tu abuela en paz y ayuda con la mesa.
—Pero mírala, es como si estuviera en otra parte.
…Mis pasos resuenan como un eco vacío que interrumpe bravío el silencio penetrante del monasterio. No debería estar aquí, pero su vida depende de mi visita. Agarro con más fuerza aún el maletín que oculto bajo el hábito robado. Cada segundo es decisivo. Puedo escuchar sus gritos de dolor desde el patio del claustro. Ya casi estoy a su lado. Sus heridas son terribles, según me han contado. Pero yo soy la mejor en mi campo. Hija… Si tú supieras que eres mi hija…
—Tú dirás lo que quieras, mamá, pero la abuela está para el arrastre.
—¡Hijo!
—La abuela está gagá, la abuela está gagá…
…la abuela está gagá.
Aún te quiere alguien, Teresita….
Las dos. Ella y yo. Las dos estamos gagá, ¿verdad, vieja amiga?
Pero yo también te quiero aún… Mi radio querida.
“…all we hear is radio ga ga
radio goo goo
radio ga ga
Radio, someone still loves you…” Queen.
Para todas las amas de casa, sus radios y sus vidas imaginadas.
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