Una Frida nos cuenta cómo vive ella la lucha feminista y es mágico leerla.
La idea me acelera el corazón, me calienta la sangre y me revoluciona mente y cuerpo queriéndola ensanchar a la vez que rompo sus propios márgenes. Sentires que hace unos años me sonaban ajenos, extraños y lejos de mi propia realidad. Hoy sin embargo, despierta y consciente, me siento interpelada y parte de ella, difusa, perdida y sin identidad si no existiera.
Es verdaderamente hermosa, arriesgada, necesaria y sencillamente vital. Para muchas de nosotras, huérfanas en un sistema patriarcal que oprime, somete y mata a nuestras madres, nos ha reconciliado con el poder más sagrado y esencial que existe en la naturaleza.
Esta batalla, emprendida hace muchos siglos, es transversal a muchas épocas y contextos culturales. Es la lucha por querer encontrar otros modelos de sociedad posibles y en los que no tener que vivir alienadas de los privilegios que otros disfrutan solo con alzar la voz. Es la actitud para desvelar cada trampa montada a través de un delicado engranaje violento y excluyente en el que sólo cabe el oportunismo de los mismos, ellos.
Hablamos de metamorfosis, de entretejer apoyos en una contienda común y colectiva dónde se aúnan diversidades que expulsan de la normativa masculina a mujeres desde su raza, clase social u orientación sexual. Todas mujeres en el sentido más amplio que pueda implicar, todas, unidades en busca de la libertad de nuestros cuerpos, de nuestras sexualidades, de nuestros futuros, tan prósperos y futuribles como los de ellos.
Entendemos por lucha las más y menos visibles, los grandes movimientos activistas y también las pequeñas acciones transgresoras en aldeas y pueblos en cualquier parte del mundo. Entendemos la lucha feminista como las teorizaciones y la conceptualización que dibuja una realidad identificada y obscena con la mitad de la población mundial. Es una herramienta imprescindible para reconocer las violencias, los abusos, la discriminación, los límites y obstáculos que nos encajan en esta la guerra más larga de la historia. Es dolor y esfuerzo pero, sobre manera, es progreso erguido sobre la paridad entre hombres y mujeres.
Se lucha por transformar una construcción sociosexual que reprime nuestra capacidad de ser plenas e independientes, desde el amor y la rabia, desde la perspectiva que permite esta energía empoderante, mermada a base de castraciones físicas y psíquicas que nos esterilizan la posibilidad de vivir siendo nosotras mismas. Doblegadas bajo el yugo de lo estereotipado, de los roles que se adscriben a nuestro “sexo”, sólo podemos aspirar a cuidar de otros y entregar nuestra existencia al beneplácito de los demás. Sin levantar la mirada, sin exigir nada, sin placer, sin deseo, apagadas.
Esta revolución nos enciende, nos da opciones, nos permite cambiar las leyes, educar en la igualdad y desprendernos de falsos mitos y creencias reduccionistas de nuestras posibilidades como mujeres, seres de pleno derecho como los hombres. Descubrimos que no somos putas, brujas o santas, que somos eróticos, sexuales y sujetos de deseo, que el patriarcado también nos cosifica denigrando nuestras fortalezas. Tanto que nos enferma y, al mismo tiempo, nos medicaliza culpabilizándonos de no dar la “talla” como madres, amigas, novias, esposas, hijas o amantes.
Precisamos contar con ella, debemos sostenerla creando los pilares para encontrar el apoyo necesario. Es muy difícil enfrentarse sola, es complejo romper techos de cristal, eliminar brechas de género, evitar matrimonios forzosos, mutilaciones genitales o asesinatos machistas sin más fuerza que la propia. La lucha nos aglutina, crea fuerzas multidisciplinares que buscan
sin consuelo un punto de encuentro en el que sumar posiciones, crear políticas igualitarias y materializar un mundo sin violaciones sistémicas de derechos.
Es entender que somos valiosas, dueñas de nuestra sexualidad y capacidades reproductivas. Es anteponer nuestros derechos, diluidos más en unas zonas geográficas que en otras, frente a la misoginia de cualquier dogmatismo teológico que perpetúa las diferencias entre sexos. Es dejar el espacio privado y oscuro para ocupar la vida pública en la que participar y deconstruir como hasta ahora la conocemos. Es información para ellos y nosotras, para desterrar diferencias jerarquizadas en relaciones y vínculos de poder y dominación.
Es antídoto para la ignorancia, el desconcierto y la duda. Es el futuro, el hoy y el mañana libres, inclusivos, parapetados de perspectiva de género en todos los estudios, investigaciones y reflexiones. Se trata de sanar la escisión que separa la mente de nuestro cuerpo, que desoye el potencial de mujeres deseantes y sororas que quieren despertar de la injusticia, la invisibilización y el repudio por el mero hecho de serlo.
Es la calle, es la prostituta, es el aborto, es el apoyo mutuo, el anticapitalismo, el activismo, la perspectiva de género, la ecología, la coeducación, la ruptura, la deconstrucción y construcción. Es la sexualidad, cada cuerpo, la libertad, el empoderamiento, la reapropiación de la historia, la cultura, la naturaleza. Somos todas nosotras, la lucha, el feminismo.
Leyre Collazo
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