Y así es la vida

Una lectora crea cuentos como este para las mujeres que dejan el centro de acogida para víctimas de violencia de género en el que trabaja. Un precioso ejemplo de resiliencia para comenzar una nueva vida con fortaleza.


Ilustración: Lola Blazze


En ocasiones, caminar por la vida es como ascender una montaña. Empezamos paseando por una ladera y a medida que vamos creciendo, la pendiente se hace más pronunciada. La apacible sombra de los árboles y el rumor de los ríos van dejando paso al gélido viento, que sopla muy fuerte en las altas cumbres. Y poco a poco, los árboles desaparecen y el camino de tierra se vuelve pedregal, entonces el caminar se hace más duro. Nos vamos encontrando rocas cada vez más grandes, donde tendremos que emplear pies y manos para superarlas poniendo en juego toda nuestra energía. Estamos creciendo.

Y sigues caminando, pero cuando parece que ya divisas la cima, aparecerán la nieve y el hielo. Entonces, contra todo pronóstico, algunos caminos se tornarán inaccesibles, puedes elegir pararte a pensar que hacer o empeñarte en subir y terminar cayendo. Al final, te levantarás, y tendrás que desandar tu camino, elevar la mirada y decidir un nuevo rumbo. Primero vendrá el desánimo, pero después brotará la esperanza. Nuevos caminos, nuevos paisajes.

Decidir qué camino tomar después de una caída es lo más difícil. Pero al fin y al cabo, decidir te da la oportunidad de vivir nuevas vidas. ¿Quién sabe si existe algún camino de tierra por estas cumbres? Un cruce de caminos con una mirada amplia puede descubrirte un atajo a nuevas experiencias enriquecedoras que antes eras incapaz de visualizar. Protegerte del frío y la intemperie, superar el agotamiento y seguir caminando…

Los primeros años de paseo por la ladera nos sirvieron de entrenamiento, y los miembros de nuestra manada nos enseñaron cómo afrontar las dificultades. Y aquí es donde se empieza a marcar la diferencia, puesto que cada manada se organiza y protege a su manera, y cada una de nosotras hemos aprendido a caminar empleando diferentes estrategias.

Para algunas, el caminar fue apacible, pero solitario, aprendimos a resolver nuestras propias dudas sin el consejo de los viejos sabios, y ahora nos resulta complicado recurrir a la manada en caso de necesidad. Nuestra autonomía siempre estuvo sobrevalorada y tendremos que aprender a buscar apoyo en nuestro ascenso.

Para otras, la protección y el cuidado de los mayores para evitar sus tropiezos las hizo dudar de cada paso que daban, y ahora necesitan de la confirmación constante de que su caminar está siendo adecuado. La dependencia del grupo las hace sentirse inseguras, y tendrán que aprender a encontrar esa seguridad en sí mismas. La tienen, es solo mirar hacia dentro.

En el peor de los casos, tu propia manada estaba tan desajustada que no sabías si lo adecuado era caminar sola o acompañada. Si pedías ayuda recibías rechazo, y si te aventurabas a marcar el paso te tachaban de imprudente. ¡Imposible comprender las reglas de una manada como esta! Pero afortunadamente, otras personas podrán aparecer en el camino y te ayudarán a entender que no solo existe el caos. Vale la pena abrirse a nuevas formas de relacionarse. Todo consiste en mirar hacia afuera.

Y dejamos para el final a las más afortunadas, aquellas que caminaron por su ladera acompañadas de su manada, sintiendo su abrazo protector al mismo tiempo que podían explorar nuevos horizontes. Sin miedo, con calma y seguridad. Ahora pueden dar gracias de que su andar contará con una amplia variedad de recursos a la hora de afrontar las dificultades que se encuentren en el camino. ¡Enhorabuena!

Es por ello que en cada pista o sendero nos cruzamos con personas que deciden caminar solas y otras en manada; gente que camina cantando o gente que camina maldiciendo su destino, sus botas o el propio camino. Hay personas que atraen a más gente, que iluminan el camino, y personas que buscan encarecidamente su momento de soledad. Afortunadamente, todo depende del momento, vamos cambiando y no siempre caminamos igual. Y en el camino iremos asomándonos a los espejos de esa gente que nos acompaña, al mismo tiempo que nosotras mismas somos espejo para otras personas que quieren mirarse.

Pero no solo tu manada y el caminar por la ladera son los que marcan tu destino.

La montaña no es la misma para todas. Podemos haber nacido a los pies del Ecce Homo o en el mismísimo Himalaya, de la misma manera que hay climas gélidos y climas cálidos que pueden amenizar o dificultar el ascenso. En algunos casos, después de llegar a cumbre divisarás que tu camino es toda una cadena montañosa. ¡Aquí está el reto! Y nunca olvides que después del invierno siempre llega la primavera.

No todo está predeterminado. A pesar de que llegamos al mundo sin elegir manada ni montaña, lo que sí elegimos es la velocidad de nuestras pisadas, el tiempo que invertimos, los descansos que nos tomamos, cómo nos protegemos de la intemperie o las personas con las que decidimos compartir el camino. Nuestras decisiones son las que van a marcar la diferencia. Cada una de nosotras tomará las riendas de su expedición, y por eso cada aventura es única e irrepetible.

¡Y así es la vida! Así que, disfruta del camino, respira, eleva la mirada y decide. Disfruta de todas y cada una de las vidas que decidas vivir y con todas las personas que quieras que formen parte de cada una de ellas. Porque caminar acompañada hace más dulce el caminar.

Itxitas Itxi (35), Alcalá de Henares (España)

3 Comentarios

  1. Gracias por un relato tan hermoso e inspirador, Seguiremos caminando!!!

  2. Violetta

    Hermoso texto ️Grazie por compartir ❤️

  3. maria cristina ochoa h.

    Excelente narracion, muchas gracias soy de Cali Colombia

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