Matilda, la niña rebelde

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Ilustración de Anabella González

El poder de una niña

Matilda Wormwood es un personaje creado por el reconocido autor de novelas infantiles Roald Dahl, quien fue también el autor de Los Gremlims (¡woho!), Las brujas, Fantastic Mr. Fox, El gran gigante bonachón y el popular Charlie y su fábrica de chocolates. Seguramente hayan visto la película, hija de los 90’s junto a Jumanji y Toy Story, con Danny DeVito como uno de sus protagonistas y director, adaptación del libro “Matilda” de 1988.

Aunque siempre se genere el “versus”, siento que es mucho más rica la novela con el característico humor sarcástico de Dahl, pero el personaje de la niña en la película es una versión potenciada y más entrañable. Es clasificada como comedia, entre risas y risas se ha dejado de lado algo fundamental: el poder que tuvo una niña.

Ya lo ha dicho el director Guillermo del Toro, no es lo importante de qué trata, sino, lo que pasa con ello. O como mencionó mucho antes el filósofo griego Epicteto: “Lo que importa no es lo que te sucede, sino cómo reaccionas a lo que te sucede.”

Entonces, Matilda era una pequeña de tan sólo cinco años, demasiado inteligente para esas edad, leía a la perfección de manera autodidacta y era muy buena en aritmética (yo no podía ni sacarle el envoltorio a un caramelo). Vivía en una casa rodeada de un grupo familiar que creaba a su alrededor soledad, maldad, menosprecio y desamparo.

La lectora de libros

Los comienzos son muy significativos, la novela comienza así:

“Ocurre una cosa graciosa con las madres y padres (¡bravo Roald al no decir sólo padres en 1988!). Aunque su hijo sea el ser más repugnante que uno pueda imaginarse, creen que es maravilloso.” Siempre hay excepciones, como el señor y señora Wormwood.

A Matilda le decían “la parlanchina”, cualidad que la hizo merecedora de varios regaños, ya que “Las niñas pequeñas deberían ser vistas pero no oídas”, según sus progenitores. A los 3 años ya leía, como en su casa sólo podía toparse a lo sumo con revistas de chismes, accedía a libros yendo a la biblioteca del pueblo en los momentos en los que quedaba sola en casa: su padre en el trabajo, su hermano en la escuela y su madre en el bingo.

“Deja que te envuelvan las palabras como la música”, le recomendaba la señora Phelps, la cálida bibliotecaria. Comenzó por las historias infantiles, luego prontamente por novelas clásicas, esos personajes le sostenían la mano, cuando nadie de carne y hueso lo hacía.

Su familia reprobaba también esta actividad considerada inútil, fomentaba que ella se sentara con ellxs a ver televisión. Pero Matilda era de hojas, no de pantallas y construyó con libros su refugio, su conexión con otro lado del mundo en el que existían personas que no eran como las que conocía.

Un día, Matilda se cansó de escuchar cómo el señor Wormwood le enseñaba a su hermano Michael las estafas que cometía en su negocio de autos usados. También de que la llamaran reiteradas veces estúpida e ignorante, lo que resultó en que su familia pudiera definitivamente despertar algo en ella, pero nada bueno, venganza.

Tal vez podamos llamarla justicia, por esta vez, su padre, claramente se merecía que le llenara el sombrero de pegamento cuando rompió las hojas de su libro y no pudo devolverlo a la biblioteca.

La escuela primaria Crunchem

Al poco tiempo Matilda comenzó a ir a la escuela, por suerte y desgracia. Por suerte ya que conoció a la señorita Jennifer Honey, su maestra, dulce como su apellido, ciertamente la miel en la vida de la niña.

Por desgracia, conoció a la directora Trunchbull, otrx adultx nefasto. La descripción que hace Dalh de este personaje peculiar, no tiene desperdicio: “Todos nos encontramos, por lo menos, con una de ellas (personas) en la vida. Si le pasa a usted, compórtese igual que si se hallara ante un rinoceronte furioso en la selva, súbase al árbol más cercano y quédese allí hasta que se haya ido”. “Al mirarla, daba la impresión de ser una de esas personas que dobla las barras de hierro y desgarra por la mitad la guía telefónica.”

Qué miedo, pobre Matilda, además, porque se le había puesto entre ceja y ceja a Trunchbull. Cada paso que daba era un grito y maltrato a algún inocente alumnx, como aquella niña que revoleó de las trenzas, o el niño Bruce, al que hizo comer una torta de chocolate más grande que él por haberle robado, en una ocasión, una porción (pueden encontrar la receta en internet, se ve realmente deliciosa, no podemos culpar a Bruce).

Cabe mencionar a un último personaje que Matilda conoce en la escuela, hay que darle entidad a las buenas noticias, su nueva amiga Lavender. Pensaba que ella era decidida y aventurera, y Lavender pensaba exactamente lo mismo de Matilda. Qué cualidades magníficas para una niña.

Go, Jenny, go!

La historia de la señorita Honey era muy dura y cruel, ella era otro ejemplo de fortaleza. A pesar de todo, siempre reflejó a un ser humanx sensible y extraordinario. Otra cosa que nos muestra la novela a través de dos personajes, es que sensibilidad no es lo mismo que debilidad.

Jenny, como así la llamaban, vio el potencial de la niña. Su clase le quedaba muy chica, ya que mientras Matilda leía sin trastabillar en ninguna sílaba, sus compañeros de curso apenas podían deletrear “gato”. Intentó, fallidamente, que esto fuera reconocido por la directora, pero Trunchbull no hacía más que ver una amenaza en la pequeña, ¿por qué? El señor Wormwood se encargó de pintar a su hija como el mismísimo demonio.

La señorita Honey no se quedó de brazos cruzados y visitó la casa de Matilda, obviamente sus padres estarían al tanto de la brillantez de su hija. Más sólo terminó de caer en cuenta del poco futuro que le esperaba.

Roald continuó exponiendo facetas de la realidad patriarcal que tan bien conocemos, siguió dejando frases y diálogos que hasta el día de hoy resuenan en algunas voces. La señora Wormwood (obviamente con el apellido de su marido) le dijo a la maestra: “Una chica debe preocuparse por ser atractiva para conseguir luego un buen marido. La belleza es más importante que los libros.” “¿A quién le ha ido mejor? A mí, por supuesto. Yo vivo cómodamente en una casa preciosa con un próspero hombre de negocios y usted trabaja como una negra enseñándole el abecedario a un montón de niños horribles” a lo que el señor Wormhood contestó tiernamente: “Muy cierto”.

“Una chica no consigue un hombre siendo inteligente” añadió la madre, por si faltaba algo más. A Jenny sólo le quedó una idea flotando en la mente, ayudar a Matilda fuera como fuera. Empatía, sororidad y amor.

El dúo de la justicia

Mientras tanto, la ira de Matilda iba en aumento a medida que los días de injusticia seguían pasando, no sólo en su casa, sino también, en la escuela. Y no sólo hacia ella, sino hacia sus nuevxs amigxs. En este terrible panorama se despiertan sus poderes telequinéticos. Probablemente recuerden aquella escena que se convirtió en challenge, donde ella juega con objetos de su casa haciéndolos bailar, Matilda también sabía divertirse cuando descansaba de su papel de justiciera.

Entonces, Jenny estaba que trinaba, Matilda con su rabia a la enésima potencia y poderes asombrosos, ¿un dúo de la justicia podríamos decir? ¡SÍ! ¡Claro que sí! Ellas van a dar su merecido a Trunchbull, la principal antagonista; la familia quedará en segundo plano (al padre ya no se le podía hacer más nada en el pelo, no mencioné que Matilda también se lo había decolorado), pero perderán algo muy valioso. La señorita Honey será una pieza fundamental para rescatar a la niña gracias a su papel de adulta, pero Matilda la rescatará aún más a ella.

Los poderes

¿Cómo eran esos poderes? ¿Qué hacía con los poderes? ¿Qué tanto podía mover?

Muchas sinopsis de esta historia mencionarán los benditos poderes en su primera o segunda línea, pero en realidad, son anecdóticos. Útiles, pero anecdóticos. ¿De qué iban a servirle esos poderes si ella hubiera dejado que las palabras de lxs adultxs le destruyeran la autoestima? ¿Hubiera podido tener la iniciativa de leer si se creía que era estúpida e ignorante? ¿Hubiera querido hacer justicia si pensaría para sí misma que lo que le apasionaba no era importante? No, no le hubiesen servido de nada, más que para ser una villana de Marvel cuando creciera.

El verdadero poder de Matilda, fue el amor propio. Fue la fortaleza y la bondad. No es una historia de una niña con poderes, es una historia de una niña que construyó un mundo interior como refugio y amparo de su realidad de maltrato y negligencia. Que supo escuchar su propia voz hasta el final y nunca dejó que su valor como persona se manchara entre tanta suciedad. Una pequeña que intentó que las personas que hacían daño, pararan. En un mundo donde no es fácil ser niña y mucho menos sin ningún tipo de apoyo, sin ningún modelo a seguir, sin ninguna palabra amable.

Hablamos de resiliencia. La etimología nos dice que viene del término latín resilio que significa saltar hacia atrás, rebotar; es decir, volver a tu estado luego de pasar por ciertas condiciones que pudieran afectarte, volver a tu forma, a tu esencia.

Matilda es resiliencia. Matilda es revolución.

Bonus track!

Por si alguien quedó con curiosidad de las lecturas de nuestra heroína, o les gustaría también viajar por esos mundos, o tal vez, también necesiten un refugio, aquí está la lista completa de libros leídos por Matilda:

  1. El jardín secreto de Frances Hodgson Burnett
  2. Grandes esperanzas de Charles Dickens
  3. Nicholas Nickleby de Charles Dickens
  4. Oliver Twist de Charles Dickens
  5. Jane Eyre de Charlotte Brontë
  6. Orgullo y prejuicio de Jane Austen
  7. Tess, la de Urbervilles de Thomas Hardy
  8. Viaje a la Tierra de Mary Webb
  9. Kim de Rudyard Kipling
  10. El hombre invisible de H. G. Wells
  11. El viejo y el mar de Ernest Hemingway
  12.  El ruido y la furia de William Faulkner
  13. Alegres compañeros  de J. B. Priestley
  14. Las uvas de la ira de John Steinbeck
  15. Brighton Rock de Graham Greene
  16. Rebelión en la granja de George Orwell
  17. El poni rojo de John Steinbeck
  18. Joseph Conrad (no aclara cuáles libros)

Bibliografía

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